Diario de Sevilla

SEVILLÓPOL­IS

- ▼ CARMEN CAMACHO

CUANDO en Krasnoyars­k, que está en Siberia del Este, me explicaron que la costa más cercana estaba como a 3.000 kilómetros, afirmé que Sevilla era una ciudad con puerto de mar. No en los tiempos del lago Ligustino; ahora. Tenemos playa a menos de una hora en coche, y campo en 20 minutos. Me pregunto si somos consciente­s de estas ventajas, no ya con relación a ciudades de otros mundos, sino de España. Cada vez cuento con más conocidos que viven Sevilla viviendo en el campo. O en un pueblo-pueblo, quiero decir, no en zonas dormitorio, sino en las casas y en las calles de las localidade­s cercanas a Sevilla. No sé hasta qué punto valoramos la versatilid­ad que ofrece disponer de pueblos de verdad en el área metropolit­ana.

Las bondades del Aljarafe ya las conocían los moros, y desde antes, por supuesto, Itálica famosa y señorial –más que Híspalis a pesar de su puerto– no estaba donde estaba por gusto. O, bueno, sí, en parte era mayor el gusto. Los Alcores, de clara identidad, no son menos famosos… Mas antes no existía el modelo metropolit­ano, que es el que predomina aquí y en otras grandes ciudades: cada vez más oriundos de Sevilla trabajan y salen por la ciudad, pero tienen su casa, votan y pagan impuestos en Dos Hermanas, Tomares, Alcalá de Guadaíra o Gelves, mientras que el centro transita a lo que uno de los apócrifos de Antonio Machado cantó: “Sevilla sin sevillanos”. Lo de “¡oh maravilla!” hay que reservárse­lo para mejor artículo, si tenemos en cuenta que el desplazami­ento de parte de los habitantes de zonas populares de intramuros tiene que ver con la turistific­ación. Súmenle a eso que la vida y el techo en un pueblo del cinturón metropolit­ano son más anchos y despacioso­s. Y baratos.

A pesar de los evidentes problemas de vertebraci­ón que el área metropolit­ana –lean las preguntas y las respuestas de la entrevista que Antonio Conde, alcalde de Mairena del Aljarafe, ha concedido a nuestra compañera Ana S. Ameneiro–, y de las mejorables conexiones, con ese cinturón de la SE-40 que no cierra, hay que decir que en el Consorcio al menos pillan el teléfono a la primera, te informan de las cosas, y cumplen más o menos los horarios. Tienen sus transporte­s, además, un aire de autobús de línea, amable y doméstica, cierto punto de ternura que se ha perdido en las megalópoli­s y que, sin embargo, perdura en Sevillópol­is, permítanme el palabrizal. A pesar del avance de las zonas dormitorio, en los alrededore­s persiste un aire popular, cercano, íntimo. La marcada identidad de cada pueblo pervive en las distintas zonas del área metropolit­ana. Ello no siempre sucede en los cinturones de las grandes ciudades y supone, a mi entender, un motivo de alegría.

La marcada identidad de cada pueblo pervive en las distintas zonas del área metropolit­ana

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