Diario de Sevilla

EL CASTIGO DE SUFRIR ALCALDES ABSURDOS

- ▼ CARLOS NAVARRO ANTOLÍN cnavarro@diariodese­villa.es

EL otro día nos preguntába­mos a cuenta del atentado de Algeciras si vivimos en una sociedad directamen­te boba en la que diversos líderes se refirieron al desgraciad­o sacristán como “fallecido” en lugar de “asesinado” por aquello de suavizar la realidad, no llamar la atención de los ofendidito­s y maquillar las aristas de la existencia. Hoy leemos que el Ayuntamien­to de Valencia ha puesto en marcha una suerte de bautizos civiles para celebrar oficialmen­te “la incorporac­ión de una persona a la vida en sociedad, de recibir a un niño o niña en nuestra comunidad de forma pública, y de fomentar, desde la edad temprana, el sentimient­o de pertenenci­a en la comunidad”, según el alcalde, el señor Ribó, de nombre de pila Joan. O, perdón, de nombre en su bautizo civil Joan. Ribó defiende la medida explicando que “un nacimiento es el inicio de una trayectori­a vital donde se dan cita sentimient­os, circunstan­cias y momentos únicos. Y desde las administra­ciones públicas tenemos que garantizar la libertad y la igualdad de cada nueva vida, lo que tiene que incluir el derecho a celebrar un acto que oficialice el nacimiento, independie­ntemente de si los padres o tutores profesan o no una fe”. ¡Ha sonado la sirena de premio, que descuelgue­n el oso de peluche gigante, que el señor Ribó se lo lleva puesto en el coche oficial! Algunos alcaldes tienen demasiado tiempo libre, o asesores con un exceso de tardes sin ocupación. No aprenden nunca, no quieren aprender. El otro día sufrimos a un alcalde de Granada bailando al ritmo de Rosalía en Tik Tok. ¿Es necesario? ¿En eso consiste la humanizaci­ón de la política y la apuesta de proximidad con el ciudadano? ¿De verdad esa popularida­d pueril es rentable? Consultore­s a sueldo habrá que analicen sesudament­e los bautizos civiles, los bailecitos, los tuits absurdos y otras chuflerías. Nosotros nos quedamos con aquel mensaje de cordura, sensatez y verdadera moderación de aquella primera ministra de la Democracia española, Soledad Becerril, que definió perfectame­nte en qué debe consistir la labor de un alcalde: “Se trata de dejar la ciudad mejor de lo que una se la encontró”. No hay más. Se trata de ser serios, gestionar bien la limpieza, la policía y el transporte, gastar el dinero público con cabeza, mantener con dignidad los servicios sociales y olvidar los histrionis­mos. No inventen ceremonias a mayor honor y gloria de sus microegos porque, además de absurdas y de prestarse a análisis antropológ­icos y sobre fobias ocultas, no aportan nada a la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos. Desde Altamira está todo inventado en pintura. Y no digamos en política municipal. No hagan mamarracha­das. No es necesario ni nadie las pide.

Desde Altamira está todo inventado en pintura. No digamos en política municipal, donde la gran clave es sencilla

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