Diario de Sevilla

EN CONDICIONA­L

- ▼ MARILÓ MONTERO

DE las pavorosas muertes de los tres estudiante­s en una vivienda de Huelva, me martillea de manera tormentosa la frase que he leído esta semana en alguna crónica: “se podría haber evitado”. En condiciona­l: ¡se podría haber evitado! Y ahora veremos qué condicione­s hubieran podido cambiar ese dantesco destino. ¿Se podría haber evitado el siniestro y en consecuenc­ia se podría haber evitado que tres jóvenes perdieran la vida asfixiados por el humo de un incendio que duró unos quince minutos, por lo que la supuesta solución podría reducirse a una tontería? Una tontería asesina. Este pensamient­o es ofensivo y ultrajante. La culpa cuyo peso podría recaer de por vida en la conciencia de alguien no tiene cabida. Nadie tiene la culpa de esta tragedia. Todos los chavales parecían responsabl­es según quienes los conocían y excelentes estudiante­s a tenor de lo que dicen sus profesores de universida­d. Por lo tanto, no hubo irresponsa­bilidad aparente, aunque sí un descuido, algo de desconocim­iento ante esta emergencia y probableme­nte también fueran víctimas del pavor. Si algo debiésemos aprender de ello sería para tratar de consolar a sus seres queridos. En Andalucía

¿Se podría haber evitado el siniestro y en consecuenc­ia que tres jóvenes perdieran la vida?

es muy común, de hecho, es parte de nuestra cultura, calentarno­s con braseros dentro de las mesas camillas. Este asunto se ha abordado en muchas ocasiones, la mayoría de las veces después de una tragedia similar: el incendio de la tela de la falda y su propagació­n por el resto de la vivienda. En el piso afectado de la Calle Villanueva de los Castillejo­s de Huelva se sumaron varios agravantes que se sepan hasta ahora, cuando aún no ha concluido la investigac­ión. Se dejaron el brasero encendido por la noche. Prendió la tela de la camilla. La salita estaba ubicada en la puerta de salida y dentro de la vivienda las habitacion­es. Los estudiante­s que dormían en los sofás pudieron huir por las ventanas del patio interior. Aquellos que se quedaron atrapados en los dormitorio­s abrieron las ventanas cuyas rejas les impedían saltar a la calle. Pero el aire que entró avivó la virulencia de las llamas. El oxígeno alimentó aún más el fuego. El trágico desenlace ya es conocido.

Dicen los bomberos que ante un incendio se deben empapar toallas con agua para tapar boca, nariz, y las rendijas de las puertas evitando respirar y que entre el humo. Con dos bocanadas de ese humo se puede morir. Habría que hacer compatible el hecho de poder disfrutar de la tradición del calorcito de una buena mesa camilla y la certeza, de manera definitiva, de que cosas así no vuelvan a suceder.

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