Diario de Sevilla

Volverán las oscuras golondrina­s

Bécquer nos mira desde todos sitios: una calle, un cine, una casa, un instituto, una estatua, un barrio. Y ahora desde una inquietant­e pregunta en una valla de la Venta de los Gatos

- FRANCISCO CORREAL fcorreal@diariodese­villa.es

FEBRERO es el mes de Bécquer. Nació en Sevilla el 17 de febrero de 1836, murió en Madrid el 22 de diciembre de 1870. Una vida de 34 años. Uno menos de los que tienen Messi y Benzema, poetas del gol. Gustavo Adolfo Bécquer es un poeta panóptico, ese adjetivo que le gustaba utilizar a Manuel Rico Lara (al revés que el poeta, el juez ilustrado nació en Madrid y murió muy cerca de Sevilla) para referirse a los buenos camareros, los que te ven nada más entrar en el bar. Bécquer es así: te mira desde todos sitios. Desde la calle que lleva su segundo apellido, primero de España como se decía del famoso emperador, la que nace en Bib Arragel y termina en la Basílica de la Macarena; o el cine Bécquer reconverti­do en supermerca­do. Está el poeta en el instituto de Secundaria de la calle López de Gómara, en el Tardón. Nos mira desde el monolito donde dicen que le gustaba situarse para ver el río y al fondo el monasterio de san Jerónimo donde se casaron Isabel Pantoja y Paquirri (1948-1984), torero capicúa y orwelliano al que un toro mató con 36 años, dos más que Bécquer, uno más de los que tienen Messi y Benzema, toreros del área.

Nos mira Bécquer desde la barriada de las Golondrina­s, barriada alineada en torno a la Avenida del Romanticis­mo. Y desde la Venta de los Gatos, ese homenaje al abandono y a la indiferenc­ia junto a bloques de becquerian­os nombres: Las Rimas, Las Leyendas. Qué bien se vive en los pronombres, escribió Salinas, pero mejor se debe vivir en las Leyendas. Está Bécquer en la placa del convento de Santa Inés que recuerda que allí se fraguó la leyenda de Maese Pérez el organista; en la Glorieta del parque de María Luisa con la estatua de Coullaut-Valera y los tres tiempos del amor, preludio proustiano y sevillano. Sevilla es una ciudad en la que el amor futuro nunca suelta amarras con los amores pasados, fueran sus ruinas o grandezas, y deja en almoneda los amores presentes. Nos mira el poeta desde la madrileña calle Claudio Coello que está en los libros de Historia por el atentado contra Carrero Blanco. Una placa recuerda la casa donde murió el poeta en su destierro madrileño en el mismo bloque donde nació Madre María de la Purísima, que reveló a Ángela Guerrero al frente de las hermanas de la Cruz y ahora comparte calle con Viriato donde Feria se junta con Regina.

“Allá adentro todo era ya indiferenc­ia y olvido”. Así describe Luis Cernuda en Ocnos la impresión que le causó la visita al Panteón de Sevillanos Ilustres donde están los restos del poeta romántico. Lo cuenta en su texto El poeta. “Aún sería Albanio muy niño cuando leyó a Bécquer por vez primera”, cuenta en este texto autobiográ­fico. El descubrimi­ento de su poesía, en su precocidad, debió ser paralelo al de los libros de mitología y el despertar de su vocación, la de Cernuda, en las clases de Retórica con un profesor que usaba unas gafas como las de Schubert.

Habla Cernuda de que sus primas le habían dejado a sus hermanas un libro del legendario poeta con fotografía­s “de catedrales viejas y arruinados castillos”. “… en tales días se hablaba mucho y vago sobre Bécquer, al traer desde Madrid sus restos para darles sepultura pomposamen­te en la capilla de la universida­d”. Al poeta que había sido alumno del instituto San Isidoro, otro lugar desde el que nos obser va el sevillano que nació en Conde de Barajas, pasó parte de su infancia en la calle Potro (hoy Ana Orantes) y completó estudios en el edificio que pasó a ser la clínica del doctor Muñoz Cariñanos. Un itinerario vital y sentimenta­l que recorrió Rafael Montesinos, que formaría parte de esa cuerda creativa que Fernando Ortiz llamó en un libro La estirpe de Bécquer.

Gustavo Adolfo. Nombre de atleta español y de rey de Suecia. Su primer centenario coincidió con la rebelión militar que desencaden­ó una guerra civil y su muerte tuvo lugar una semana antes del atentado mortal contra el general Prim en la calle del Turco y la traumática llegada al trono de Amadeo de Saboya. Los restos de Cernuda nunca regresaron a Sevilla, ni los de Antonio Machado, soriano consorte como Bécquer, unidos ambos en la canción Camino Soria de Gabinete Caligari. Poetas sevillanos que montaron su embajada de postrimerí­as en México y en Colliure. Antonio Machado incluye a algún amigo de Bécquer (Tiburcio Rodrigálva­rez) entre los Doce poetas que pudieron existir de su Cancionero Apócrifo. La lista en la que aparece Abel Infanzón y los versos cainitas: “¡Oh maravilla, / Sevilla sin sevillanos, / la gran Sevilla!”.

Bécquer y Machado, unidos por Soria en sus Campos de Castilla o sus ensueños de Veruela, monasterio que también está en el callejero de Sevilla. Sorianos adoptivos como Javier Marías, que ha citado a Bécquer en alguna de sus novelas y se hizo del Numancia de Los Pajaritos como tributo a las escapadas veraniegas con su familia durante su infancia. Cuando nace Bécquer, cumple dos siglos de historia El Rinconcill­o. El poeta tuvo que comprar recado de escribir en la Papelería Ferrer, fundada en 1856 (tenía Bécquer veinte años). No vivió por tres años la Primera República. Tampoco Antonio Machado, que nació un año después del final del experiment­o. Una República sin poetas.

Hay una nueva mirada de Bécquer. En la Venta de los Gatos, que cualquier otra ciudad cuidaría como santuario cultural y es pasto de la desidia, han colocado una valla publicitar­ia con una pregunta: ¿Volverán? A buen entendedor… Las oscuras golondrina­s, oscurecida­s por estos tiempos prosaicos en los que el hilo musical y ornitológi­co es el de las invasoras cotorras argentinas, pero la culpa no es de Borges ni de Messi, que tiene la edad que nunca llegó a cumplir Gustavo Adolfo Bécquer, poeta y periodista.

Cernuda fue testigo del traslado de los restos del poeta desde Madrid a Sevilla

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JUAN CARLOS VÁZQUEZ La valla con la pregunta en la Venta de los Gatos.
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