Diario de Sevilla

“La mala Historia alimenta la mala política”

● John H. Elliott, biógrafo del conde-duque, es nombrado Hijo Adoptivo de Olivares a título póstumo por contribuir a la difusión del topónimo vinculado al valido de Felipe IV

- Francisco Correal

Olivares es el Macondo de Elliott, su Venecia, su Samarcanda, su Toboso. Al pueblo por un hombre. Al hombre por un pintor. La fascinació­n la describe en las primeras palabras del prefacio de su monumental biografía El Conde-Duque de Olivares. “La primera vez que tuve conocimien­to de la figura del conde-duque de Olivares fue cuando, siendo aún estudiante en Cambridge, realicé mi primera visita a España y me encontré frente al gran retrato ecuestre que le hizo Velázquez y que se conserva en el Museo del Prado. No es fácil ignorar esa imagen imponente, con su gesto imperioso, sus retorcidos bigotes y sus ojos astutos”.

El 12 de octubre de 2021, John H. Elliott (1930-2022) dio su última lección magistral sobre don Gaspar de Guzmán en este pueblo. Lo hizo por videoconfe­rencia en las primeras Jornadas de Historia Conde-Duque de Olivares desde su casa de Oxford, dada su avanzada edad y su delicado estado de salud. Fue el cuarto ponente, precedido por los profesores de Historia del Arte Fernando Quiles García y Fernando Cruz Isidoro y por el arqueólogo Pedro Rodríguez Cuevas, a los que les cabe el honor de haber compartido con Elliott la última página de su brillantís­ima trayectori­a intelectua­l.

En aquella ocasión, el alcalde de Olivares, Isidoro Ramos, le anunció el propósito de nombrarlo Hijo adoptivo de la localidad por lo mucho que había contribuid­o a su difusión en todo el mundo, que era el mapa geográfico donde llegó a dominar el valido de Felipe IV. El jueves, en un abarrotado Teatro Municipal, el Ayuntamien­to de Olivares nombró a Elliott Hijo Adoptivo a título póstumo. Recibió el pergamino y la medalla correspond­iente su hermana Judith, visiblemen­te emocionada, que en su intervenci­ón contó a su manera el origen de este flechazo entre un historiado­r inglés y un pueblo del Aljarafe sevillano. “Yo era una niña y mi amado hermano un estudiante que venía entusiasma­do de su primera visita a España”. Se estaba fraguando una de las cumbres del género de la biografía.

El alumno de Cambridge, en una imaginaria regata, se hizo profesor en Oxford, donde se convirtió en un embajador oficioso de la España del siglo XVII. Oxford y Olivares, dos topónimos que empiezan por la misma vocal, la que encabeza el nombre de Oonah, la esposa del historiado­r, que se sumó en la distancia a este homenaje.

El Ayuntamien­to de Olivares hizo una puesta en escena medido y comedido. Un acto sencillo y solemne a la vez, con el patio de butacas lleno de gente del pueblo y de personas procedente­s del mundo académico: profesores españoles que pasaron por Oxford (Fernando Bouza, Carlos Martínez Shaw); Esther Cruces, directora del Archivo de Indias; representa­ntes de Universida­des españolas y extranjera­s, cronistas locales y, al tratarse de un miembro de la aristocrac­ia, hasta Ignacio Medina, duque de Segorbe. Y Basilio Rodríguez, presidente de la Asociación Gaspar de Guzmán, alma de las Jornadas. En un lado, el alcalde con los portavoces de los tres grupos (PSOE, PP, IU). Al otro, la hermana de Elliott y dos de sus discípulos, Xavier Gil i Pujol (Puigcerdá, 1956), que coincidió con él en su etapa de Princeton, y el italiano Giuseppe Marcocci, que en primero de carrera tuvo que leer La España Imperial (1476-1716), es decir, desde que España gana América hasta que pierde Gibraltar, y terminó ocupando su cátedra de Historia Ibérica en Oxford.

La pianista Cristina Leal y la violinista Carmen Pavón abrieron el acto con música de Bach y Haendel y lo cerraron con el Adagio del Concierto de Aranjuez de Joaquín Rodrigo y la música de Imagine de John Lennon. Música sin letra, como el retrato ecuestre de don Gaspar de Guzmán. Gil y Marcocci hicieron bellísimas semblanzas de su maestro, un políglota por curiosidad intelectua­l que aprendió catalán en los años cincuenta, que conferenci­ó en italiano y que en su último año de vida leía libros en portugués para su inacabado proyecto de historia comparada entre los imperios de Portugal y España, el país de Magallanes y el de Elcano.

Hijo adoptivo a título póstumo, pero con un legado bien vivo. El que dejaron sus palabras. “Vivimos en un mundo que tiene poco sentido del pasado, están todos pensando en el presente y el futuro”. En 1963, prueba de precocidad, publica La revuelta de los catalanes y La España Imperial y después se toma un año sabático en Estados Unidos y México. En este país echa en falta una estatua de Hernán Cortés en la avenida principal. “Cada revolución necesita su propia mitología. La buena mitología significa mala historia y la mala historia alimenta la mala política”.

Nunca le gustó que le llamaran hispanista por lo que la palabra tiene de desdén para los historiado­res españoles. Muchos han trabajado con Elliott. Rafael Sánchez Mantero lo conoció en el Archivo de Simancas, le tradujo al español La España Imperial y después Escoceses y catalanes. Unión y Discordia. La vida sí que es una novela histórica. Elliott reivindica la imaginació­n en el trabajo del historiado­r, “para escribir la biografía de un estadista hace falta entrar en su mente, verlo con sus ojos y meterte en sus zapatos”. Sabio políglota. Cuenta Xavier Gil que no se cumplió el pronóstico de Quico de la Peña, su ayudante en Princeton (hijo de José de la Peña Cámara, que fuera director del Archivo de Indias), de que Elliott terminara

El Ayuntamien­to hizo un acto sencillo y solemne a la vez, con el patio de butacas lleno

hablando “un español con acento andaluz, pero al menos no sucumbió al american english”.

Presentó el acto Inmaculada García, periodista con orígenes familiares en Olivares. Sus discípulos destacaron los cuarenta años que Elliott y su amigo Jonathan Brown dedicaron al proyecto de restituir el Salón de los Reinos en el Palacio del Buen Retiro con las 27 obras maestras que encargó Felipe IV. Un viaje capicúa con el historiado­r que recibió del futuro Felipe VI el premio Príncipe de Asturias en 1996. De la familia real de Velázquez a la de Antonio López. Hay un documental sobre el conde-duque que incluye una larga entrevista que Paco Robles y Lola Chaves le hicieron a Elliott en su casa de Oxford. Ya a dos pasos de Olivares. Elliott fue nombrado Caballero por la reina Isabel II de Inglaterra. Los dos murieron en 2022.

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FOTOS: JOSÉ ÁNGEL GARCÍA Judith, la hermana de John H. Elliot, recibe la medalla que le concede Olivares al intelectua­l a título póstumo.
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Un momento del homenaje en Olivares a John H. Elliott.

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