Diario de Sevilla

Brendan Fraser dignifica una exhibición ‘freak’

- Carlos Colón

THE WHALE (LA BALLENA)

★★☆☆☆

Drama, EEUU, 2022, 117 min. Dirección: Darren Aronofsky. Guion: Samuel D. Hunter. Música: Rob Simonsen. Fotografía: Matthew Libatique. Intérprete­s: Brendan Fraser, Sadie Sink, Hong Chau, Ty Simpkins, Samantha Morton, Sathya Sridharan, Jacey Sink.

En el cine que es o se pretende de autor la responsabi­lidad última del producto es, por supuesto, del director. Esto es una verdad a medias, como casi todas las que tienen que ver con este medio irreductib­le a definicion­es que es a personal y colectivo, artístico e industrial, creativo y comercial, indagación sobre las formas y las más abstrusas cuestiones y entretenim­iento popular. Y las más de las veces, en muchos de sus mejores logros, el cine es todo eso a la vez.

Esta película, por ejemplo, pretende ser un duro ejercicio de representa­ción de un proceso de autodestru­cción a través de la comida y del abandono de sí mismo de un hombre amargado que llega a pesar más de 200 kilos, lo que la situaría en la órbita de un cine comprometi­do que trata con crudeza, pero también con respeto y compasión, un caso límite de autodestru­cción; pero es también, o incluso solo es, una exhibición impúdica y escatológi­ca de la obesidad mórbida de su protagonis­ta digna de un barracón de freak s. Porque, no mintamos, desde el título de la película a lo que se ha publicitad­o de ella basándose en la figura irreconoci­ble de Brendan Fraser, su mayor atractivo es la obesidad de su protagonis­ta y el trabajo de Fraser y los maquillado­res para lograrla, lo que sumaría al morboso atractivo por lo freak el inocente asombro ante la capacidad de un actor para transforma­rse con ayuda de maquillaje y prótesis que hizo la gloria de aquel Lon Chaney al que se publicitab­a como el hombre de las mil caras.

Lo mismo sucede con el contradict­orio papel del director. A Darren Aronofsky hay que agradecerl­e que escogiera la obra teatral de Samuel D. Hunter estrenada en 2012 en el OffBroadwa­y (aunque se equivocó al encargarle el guión), que escogiera para interpreta­rla a Brendan Fraser resucitánd­olo tras una larga cadena de fracasos, malas experienci­as y depresione­s, y que lo dirigiera admirablem­ente bien. Pero también a Aronofsky hay que reprocharl­e el tratamient­o de la película, fruto de su egolatría y efectismo de los que nacieron tanto las tan aclamadas como pretencios­as, indigestas y sobrevalor­adas Pi, Réquiem por un sueño o, años después, Cisne negro, como la apreciable El luchador –su única película que me ha interesado– o los mamarracho­s La fuente de la vida y Noé.

Las dos cuestiones convergen en el tratamient­o. ¿Compasión y solidarida­d con una tragedia o exhibición y miserabili­smo? ¿El tratamient­o de la historia y del personaje se hace en un escenario sobre el que se representa un drama o en la barraca de freaks de una feria? El reparo moral es grave en este caso. Y como siempre sucede en cine, viene dado no por lo que se cuenta sino por cómo se hace.

Fraser es la única razón de ver esta película que dignifica con su voz y su mirada

La dirección de Aronofsky contradice la voz y sobre todo la mirada de Fraser. Si el protagonis­ta es un ser humano a quien el dolor tras la muerte del novio por el que abandonó a su familia, lo que ha generado el odio y el desprecio de su hija a la que ahora necesita con desesperac­ión, lo ha hundido literalmen­te en sí mismo, preso de la masa de carne en que se ha convertido, solo intacta la mirada que aparece implorar socorro, que lo liberen de sí mismo (la siempre compleja relación entre el yo autoconsci­ente y el cuerpo que hace posible la existencia de ese yo), Fraser parece también preso de la película que hace posible al personaje, la desborda, la supera y su mirada implorante, su voz grave y profunda, parecen pedir que lo saquen de allí, que merece más.

Charlie, el protagonis­ta, imparte sus clases de literatura online sin activar nunca la cámara: no quiere que se vea su obesidad mórbida. Aronofsky no solo muestra (lo que es imprescind­ible para la película: no podría ser solo una voz en of f), incurre en el error (o inmoralida­d) de exhibirlo incluso en sus momentos íntimos más penosos: son el factor Lon Chaney y el factor freak que el director no solo no logra superar, sino en los que se recrea con mucho más morbo exhibicion­ista y escatológi­co que empatía.

Todo es Brendan Fraser –una mirada y una voz rebosantes de autenticid­ad y emoción enterradas en una gigantesca prótesis de maquillaje– en esta película; superando incluso la indecente exhibición a l a que Aronofsky lo somete. En torno a él hay buenas interpreta­ciones de Sadie Fink en el papel tópico de la hija adolescent­e, Hong Chau en el de la amiga y cuidadora, Ty Simpkins como un misionero sectario metido con calzador para reforzar el tema de l a redención y Samantha Morton como la ex esposa. Todos son satélites en torno a Fraser, única razón de ver esta película como “hombre elefante” de una exhibición freak que él dignifica con su voz y su mirada. Suyas, y sólo suyas, son las dos estrellita­s.

 ?? D. S. ?? Brendan Fraser, en una escena de ‘The Whale’, por la que es uno de los favoritos para el Oscar al mejor actor.
D. S. Brendan Fraser, en una escena de ‘The Whale’, por la que es uno de los favoritos para el Oscar al mejor actor.

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