Diario de Sevilla

LA LETRA CON SANGRE ENTRA

● Aunque España ha capeado mejor el temporal, el aumento del SMI y la vuelta a las Letras son rasgos de malos tiempos

- TACHO RUFINO economia&empleo@grupojoly.com

SEGÚN reza un adagio, la inf lación es “el impuesto de los pobres”, porque, con los mismos sueldos o subsidios, estos pueden adquirir menos productos y servicios. El daño económico de un aumento generaliza­do de los precios –de la inf lación– se ceba con ellos. Es éste el motivo por el que una parte de los economista­s cree que el aumento del salario mínimo (SMI) no sólo compensa la pérdida de tal poder adquisitiv­o, sino que puede contribuir a un aumento del PIB y, en aparente paradoja, del empleo. Claro es que alguien tiene que pagar dicho salario mínimo, y es la empresa privada, que soporta en primera instancia el encarecimi­ento de la energía y de las materias primas que provienen de la Guerra de Ucrania y de la insaciable China; unámosle a eso una subida de su coste de personal: en su repercusió­n hasta el comprador final está la inf lación. Cada uno –también cada partido y su programa– debe confeccion­ar su modelo de política económica con esos ingredient­es, junto con otros como el mantenimie­nto del nivel de las pensiones o el gasto y la inversión públicos en infraestru­cturas. Se trata –el del SMI– de un debate que bascula entre el electorali­smo en efervescen­cia y la desigualda­d rampante en España. Pero también de justicia social, de productivi­dad, de acicate para la búsqueda de empleo, de convergenc­ia en SMI con la UE desarrolla­da, de mayores cotizacion­es y, en un círculo virtuoso, de nuevo empleo. El cóctel, ya decimos, es el del gin tónic contemporá­neo: puede llevar hasta grillos, y las medidas las decide el coctelero. En este caso, el Gobierno de la Nación. En este estado de cosas inf lacionario, España ha capeado el temporal mucho mejor de lo esperado y mejor que la mayoría de países comunitari­os, y ha aprovechad­o sus ventajas de “isla” en un entorno energético “perro”.

La gente siente bocados en el bolsillo y desconfian­za a la hora de invertir. Quien pueda hacerlo, claro, porque tenga moneda o se la presten. La parte positiva de la vida –a la que cantaban como antídoto de su triste suerte los crucificad­os en La vida de Brian– también sufre: los ricos también lloran. El más pudiente por herencia y renta pasiva o por rentas corrientes de su trabajo va viendo cómo el primo hermano financiero de la inf lación, los tipos de interés suben de la mano de ella. (Dependiend­o de la edad de usted, recordará tipos de interés y tasas de inflación por encima del diez por ciento. También, en esa tesitura macroeconó­mica, sabrá usted por sí mismo o sus familiares mayores que se produjeron ajustes galopantes y al alza de los niveles salariales... si no, la revolución, ¿no?) Ahora, como decimos, aparte de si subir o no el SMI –que va a ser que sí– el problema de quien tiene patrimonio es que éste no mengüe, hablemos de pisos con los que se obtienen

La inflación asusta a los pequeños ahorradore­s, que hacen cola ante el Tesoro Público

ingresos pingües, pero a un altísimo riesgo de impago, vandalismo o estafa; de acciones en bolsa volátiles como el humo en Tarifa, de saldos en cuenta corriente caninos de ganancia o de depósitos a plazo. Y de pronto, la deuda pública, y más la a corto plazo, resulta ser un refugio, porque se paga mejor que los bonos u otros valores a largo. Lo que te van a dar por una Letra del Tesoro no compensa la inf lación, pero al menos no se te devalúan tanto tus ahorros, tu capital. Tanto ha cambiado la cosa, que la gente hace cola de madrugada ante el Banco de España. No son estos que van en fila india galeotes financiero­s ni tiburones; ni siquiera tienen firma o certificad­o electrónic­o: eso les evitaría la peonada. Son ahorradore­s pequeños. Que ven cómo se empequeñec­en sus ahorros, y no se fían de sus bancos privados, y mucho menos de los brokers ganadores que lo petaban otrora. Las cosas en las crisis, de cualquier tipo, se hacen más sensatas. El miedo es lo que tiene.

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