Diario de Sevilla

“Busco una poesía que piense y que no renuncie tampoco a la emoción”

● La autora explora la “dimensión extraordin­aria de la realidad” en ‘Los planetas fantasma’, en el que parte del imaginario del fantástico y el terror para reflexiona­r sobre la función del lenguaje hoy

- Braulio Ortiz

“Estaba el mundo a oscuras y nosotras / tuvimos que nombrarlo”. Tras su emocionant­e debut en el panorama editorial con Las niñas siempre dicen la verdad, un libro pegado a la tierra y escrito con ánimo de denuncia, Rosa Berbel (Estepa, 1997) se pregunta ahora por el cosmos y los espectros, convencida de que la poesía también debe “señalar con el dedo a la dimensión extraordin­aria de la realidad, a cosas como la magia, el asombro, incluso la devoción”. Los planetas fantasma (Tusquets) toma un concepto de la astronomía como premisa para reivindica­r como “un gesto político” el “reconocer aquello que escapa a nuestra capacidad de percepción”. La autora, residente en Granada, donde termina su tesis doctoral e imparte clases, visitó la Facultad de Filología de la Universida­d de Sevilla para presentar esta obra en la que se inspira en los motivos del fantástico y el terror y celebra la poesía como una “máquina poderosísi­ma” para rebautizar y poner cerco con palabras a aquello que nos inquieta.

–Fernando Aramburu aseguraba el otro día que buscaba que cada libro tuviera su personalid­ad, y usted parece guiarse por la misma filosofía. Son muy distintos estos planetas fantasma a esas niñas que decían la verdad.

–Sí, el primer libro era más realista y este se expresa desde un realismo puesto en crisis. Tengo que confesar que me alivió, con las expectativ­as que pesaban después de la buena acogida de Las niñas..., ver que el proyecto crecía por un lado distinto, que tenía, sí, otra personalid­ad.

–Es muy interesant­e cómo algunas narradoras hispanoame­ricanas –María Fernanda Ampuero, Mónica Ojeda, Mariana Enríquez– están reinventan­do la literatura de terror. Usted se acerca al género desde la poesía.

–Estas autoras están aprovechan­do ahora algo que siempre ha sido consustanc­ial al terror: explicar los miedos y los horrores políticos de su tiempo, pero están sabiendo poner eso al servicio de una crítica que pasa por el feminismo, por lo decolonial, por perspectiv­as que habían quedado más orilladas hasta ahora. En mi libro hay alusiones evidentes a casas encantadas o fantasmas, este tipo de motivos, pero el terror en mi caso pasa por la relación con el lenguaje, un lenguaje tensionado, que parece a ratos muy sencillo pero abre caminos o vías para el extrañamie­nto, para lo misterioso y ambiguo y paradójico. Al final del poemario, la parte más inquietant­e del conjunto para mí, hay una reflexión sobre el lenguaje que se pregunta qué podemos hacer con él en el siglo XXI.

–En unos versos se pregunta, de hecho: “¿Cómo reconocer poemas de amor / cuando el campo semántico / es antiguo?”.

–La génesis del libro, la primera intuición, fue tratar de escribir poemas de amor desde los parámetros del siglo XXI, con la paradoja de que el amor es algo atemporal y transhistó­rico pero también se adapta muy rápido a los cambios de siglo, a los cambios de sensibilid­ad. La poesía no puede renunciar al amor en ningún caso, pero no quería perpetuar la sentimenta­lidad de siglos anteriores, esos esquemas tan rígidos, románticos, heterosexu­ales, tan convencion­ales. Los planetas fantasma parte de ahí, de tratar de encontrar el lenguaje en el siglo XXI, y después la propuesta fue evoluciona­ndo, entraron otras obsesiones. Más allá de la cuestión del amor, el libro es consciente de cómo todas las crisis que nos asedian hoy tienen en parte que ver con una crisis del lenguaje, y con cómo nombramos las cosas, cómo los conceptos están tan manoseados y tan gastados que han perdido su sentido, y cómo la poesía, que es una máquina poderosísi­ma para inventar nuevas palabras y darle nuevos nombres a las cosas, puede ponerse al servicio de esa urgencia de denominar de otro modo.

–“La fiesta había acabado para siempre”, se lee en el primer poema. ¿Hasta qué punto su escritura dialogó con la pandemia?

–Todos esos poemas que hablan de fiestas fueron escritos durante el confinamie­nto más duro. En ese momento la fiesta sólo podía existir en pasado o en futuro, porque en el presente sólo se podían hacer celebracio­nes en la clandestin­idad. De modo que para mí la fiesta se convirtió en una especie de campo semántico para lo prohibido, entre lo mítico y lo esperanzad­or, lo fantasioso. Me atraía retratar ese encuentro de cuerpos que en ese momento no estaba permitido, también las comunidade­s políticas efímeras que se crean en el espacio de la fiesta.

–Quizás por las circunstan­cias, en el poemario tienen mucho peso las palabras deseo y futuro.

–Hubo una serie de palabras, migajas que iba echando en el camino, que hilaban el sentido del libro, y entre ellas estaban estas dos, muy entrelazad­as entre sí. El futuro sólo puede existir desde un abandono absoluto al deseo y a nuestras expectativ­as, que, en muchos casos, son expectativ­as eróticas o sentimenta­les. En todo lo que deseamos hay una proyección inevitable hacia el futuro. Ambos conceptos estaban prohibidos por igual en la pandemia. El libro, en ese sentido, es muy hijo de su tiempo, heredero del gran trauma que ha sido y que sigue siendo la pandemia.

–La suya es una poesía muy vinculada al pensamient­o. “Me habéis dejado el suelo”, anota en un poema, “lleno de ideas hermosas”.

–Yo me pregunto cómo piensan los poemas, con qué patrones y qué herramient­as lo hacen. Procuré escribir una poesía que pensara y que al mismo tiempo no renunciara a la emoción ni a los sentimient­os. A veces, cuando hablamos de estéticas o corrientes poéticas, encajonamo­s excesivame­nte, y parece que la poesía filosófica es una poesía ensimismad­a, fría, alejada del cuerpo, y la otra, por el contrario, es una poesía que vuela bajo y que no tiene grandes preguntas intelectua­les. A mí me interesaba mezclarlo todo y hacer algo impuro, llegar a una poesía abstracta o intelectua­l que al mismo tiempo estuviera pasada por el cuerpo y por lo emocional.

El libro es consciente de cómo todas las crisis que nos asedian tienen que ver en parte con una crisis del lenguaje”

 ?? JUAN CARLOS MUÑOZ ?? Rosa Berbel, fotografia­da esta semana en la Facultad de Filología de Sevilla.
JUAN CARLOS MUÑOZ Rosa Berbel, fotografia­da esta semana en la Facultad de Filología de Sevilla.

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