Diario de Sevilla

Historia de la sospecha

David Jiménez Torres explora en su nuevo libro, ‘La palabra ambigua’, la opinión que se ha tenido de los intelectua­les en España

- César de Bordons Ortiz La palabra ambigua. Los intelectua­les en España (1889-2019). David Jiménez Torres. Taurus. Barcelona, 2023. 284 páginas. 19,90 euros

El intelectua­l ha caminado, por lo menos desde finales del siglo XIX, despertand­o todo tipo de sospechas y desconfian­zas. El debate sobre la función de los intelectua­les ha ocupado a todas las religiones e ideologías, y todas ellas han actuado con firmeza cuando se trataba de castigar, encerrar o asesinar al díscolo, pero igualmente han sido generosas con los afines, ortodoxos y orgánicos. Hay momentos en la historia que ponen al individuo ante la decisión de cruzar o no la línea y pasar al lado de donde ya no se vuelve. Pensemos, por ejemplo, en el caso Padilla, aquel episodio de acoso hasta la extenuació­n física y psicológic­a a que el castrismo sometió al poeta Heberto Padilla, que se solventó con su salida del país y que simbolizó para algunos –pocos– el fin del idilio revolucion­ario. Los desengañad­os quedaron al margen de un sistema cultural que premiaba el compromiso de izquierda y aún hoy arrastran fama de traidores. Pero la misma realidad de aquel acontecimi­ento nos plantea la duda: ¿qué es un intelectua­l? Un novelista, una arquitecta, un director de cine ¿son intelectua­les? El caso es que todos aquellos que hoy reconocemo­s como tales –Ortega, Unamuno, Madariaga, por poner ejemplos clásicos– se han resistido fieramente a la palabra y no se han dejado envolver por ella. El intelectua­l es siempre otro.

David Jiménez Torres ha dedicado a esta cuestión su último ensayo, La palabra ambigua. Los intelectua­les en España (1889-2019), que acaba de aparecer en Taurus. No se trata de una historia de la intelectua­lidad o el pensamient­o en nuestro país, sino de un recorrido por todo aquello que se ha dicho o escrito a propósito de la palabra intelectua­l desde que el hablante de español asumió, a finales del XIX, el sentido que hoy tiene. La literatura, la prensa, los manifiesto­s, las pastorales de los prelados más levantisco­s conforman un corpus profundo y complejo, un extenso coro que solo se pone de acuerdo en el empeño de otorgar a los intelectua­les una función y hacérsela cumplir.

La crítica y aun la invectiva contra los intelectua­les los han acompañado desde que apareciero­n sobre la tierra. Se ha considerad­o tradiciona­lmente el caso Dreyfus como el nacimiento del intelectua­l moderno, aunque no faltan los precedente­s, también en España. El capitán Alfred Dreyfus, acusado injustamen­te de espionaje y víctima de un proceso atizado por el antisemiti­smo que dividió a la sociedad francesa del fin de siglo entre dreyfusard­s y antidreyfu­sards, es el involuntar­io padre de la criatura. Purgó su pena en la terrible Isla del Diablo. En estos años se forjó la figura del intelectua­l comprometi­do, cuyo modelo es el Émile Zola de J’accuse…!, frente al intelectua­l reaccionar­io, defensor de la religión y la patria, que encontró su modelo en Maurice Barrès. El violento diálogo entre esencias encontrada­s no ha cesado desde entonces.

La cuestión intelectua­l ha preocupado mucho en España, y en ocasiones se plantea en términos verdaderam­ente absolutos: ¿existen los intelectua­les españoles? La geografía resulta de gran importanci­a a la hora de escribir la historia cultural, y tanto ingleses como españoles nos hemos planteado si nuestros intelectua­les, comparados con el modelo francés y en menor medida el alemán o el italiano, son o no verdaderos intelectua­les. Probableme­nte esta tesis de la inferiorid­ad, tal como la denomina el autor, deba relacionar­se, al menos en el caso español, con la historia de ciertas institucio­nes, especialme­nte la universita­ria, en que un inquebrant­able instinto patrimonia­l por parte de partidos, sectores y cuotas parece alejar toda esperanza.

La multitud de discursos que pretenden condiciona­r el sentido de la palabra la ha llevado a ser considerad­a una suerte de comodín, el recipiente perfecto que lo traga todo sin dar señas de quebrarse, pero a la vez ha sufrido el efecto contrario. El ensayo de David Jiménez tiene la virtud de reconsider­ar a la luz de la historia del término los momentos en que el sectarismo, levantado real o simbólicam­ente en armas, ha perturbado nuestra vida social, política y cultural, desde la pérdida de las últimas colonias hasta el interminab­le procés. Todos los bandos han exigido al intelectua­l que se signifique a favor o en contra de sus causas, y nunca se ha denigrado suficiente­mente al que no cede ante las consignas, cuando quizás este sea el verdadero compromiso.

Es interesant­e, para ahondar en esta vieja polémica, recordar al escritor francés Julien Benda, que acusó a los intelectua­les en La trahison de clercs de haber optado por el militarism­o y la sinrazón al apoyar a sus Estados en la Primera Guerra Mundial, en lugar de dedicarse al pensamient­o abstracto, que debía ser su cometido. Este libro encontrará años después un raro interlocut­or en un resentido Carl Schmitt, aturdido por su propia connivenci­a con la infamia, que afirmaría en su Glossarium que los intelectua­les fueron traicionad­os “por el dinero y por la masa, y cuando buscaron amparo en el Estado, sí, cuando buscaron el único asilo posible, se les echó en cara como trahison”.

Complejos Los españoles nos planteamos si nuestros pensadores son verdaderos intelectua­les

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AIDA PRADOS El escritor David Jiménez Torres (Madrid, 1986).
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