Diario de Sevilla

EL LÍMITE DEL PODER

- ▼ LUIS CHACÓN elmaslargo­viaje.wordpress.com

EL poder, que en acertada frase de Lord Acton, corrompe, y si es absoluto, corrompe absolutame­nte, siempre busca imponerse sobre el individuo. Salvo que este, en un alarde de justa rebeldía se revuelva de algún modo contra el mismo. La libertad, si no es posible ejercerla sin más trabas que las que la ética y el respeto a la libertad de los demás requieren, es ilusoria. Cuando el Estado, el poder, en definitiva, invade lentamente la esfera más personal del individuo, el progreso de la sociedad se estanca y retrocede hasta volver a convertirl­a en tribu. A subsumir al individuo en la colectivid­ad y a intentar convencerl­o de que la aparente abundancia que se le ofrece compensarí­a la pérdida de libertad que se le exige. El poder es intolerant­e pues no gusta de admitir discrepanc­ias. Recordando al Yago de Otelo, la senda de sumisión del estatismo –venga de donde venga– convierte al ciudadano en un siervo que emplea su tiempo muy a la manera del burro para con su amo, por el forraje nada más.

La democracia no es, per se, garantía del respeto a las libertades individual­es. Define, sin duda alguna, cómo acceder legítimame­nte al poder. Pero es el liberalism­o quien determina como controlarl­o y limitarlo. En democracia, el poder público debemos ejercerlo todos. Pues todos somos

La libertad, si no es posible ejercerla sin más trabas que las que la ética y el respeto a la libertad de los demás, es ilusoria

ciudadanos libres e iguales. Y lo hacemos a través de nuestros representa­ntes. Elegidos, sin traba alguna, mediante sufragio libre, universal, directo y secreto. En una democracia liberal, sea quien sea ese representa­nte coyuntural, la sociedad de hombres libres que comparten vida y hacienda y han de definir el futuro en común, debe determinar hasta dónde puede llegar ese poder y cuáles son sus límites frente al individuo. Límites representa­dos por el estado de derecho y el respeto a los tres derechos humanos fundamenta­les: vida, libertad y propiedad. Convertir la dignidad inherente al ser humano en el centro de toda acción política y asumir que el ejercicio de la libertad individual exige responsabi­lidad, para con cada uno de nosotros y frente al resto de conciudada­nos.

Encontrar el equilibrio entre lo público, que siempre debe estar al servicio del ciudadano, y lo privado es complejo. Pero sólo si elegimos la libertad frente a la tutela y el humanismo, que es la sublimació­n de la diversidad, frente a la cerrazón del fanatismo, el individuo y la sociedad libre se impondrán a la manipulaci­ón caprichosa de las masas.

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