Diario de Sevilla

SE NOS MURIÓ EL MAESTRO ITO RIVAS

- ▼ CARLOS NAVARRO ANTOLÍN cnavarro@diariodese­villa.es

SU gran obra sobre Derecho Sucesorio se conocía por su simple apellido, como las leyes son llamadas por sus verdaderos impulsores. Llegabas a la librería jurídica de la calle García de Vinuesa y bastaba pedir la última versión de los Rivas, porque eran varios volúmenes. En la sociedad que encumbra a influencer­s, a tipos con el doctorado hecho a gran velocidad y con evidentes copias y pegas, que confunde la generación más preparada con la más titulada (que no es lo mismo el lagarto que el cocodrilo), en la sociedad que sustituye el prestigio por la notoriedad cuando no los confunde interesada­mente, se nos ha ido un verdadero maestro en sus disciplina­s: Juan José Rivas (1941-2023), conocido cariñosame­nte por Ito Rivas. Aprobó las oposicione­s a registrado­r de la propiedad en 1968 y a notario en 1969. En el tramo final de su carrera quiso ejercer unos años como fedatario en Dos Hermanas y era asiduo de Sevilla por, entre otros motivos, su amistad con el catedrátic­o José LeónCastro. Era un placer charlar con este maestro de juristas en el salón de su casa de Madrid, donde siempre animaba a trabajar, a perseverar en el conocimien­to, a amar el Derecho, a investigar... En definitiva: estudiar, estudiar y estudiar. Recuerdo oírle contar cómo encontró la fórmula jurídica para que el patronato del Museo del Prado cediera una obra de arte a otro museo con todas las garantías. No se limitó a ejercer de notario o registrado­r. Ni se le oía hablar de dinero... Jamás. Quiso enseñar en varias universida­des, escribir, ayudar. Por eso era un maestro. Hoy quedan ya pocos, pues el triunfo entre muchos supuestos intelectua­les se asocia a lograr carguillos de designació­n digital, salir en los medios de comunicaci­ón con frecuencia y otras gaitas con ínfulas irrisorias. Rivas encarnaba el verdadero éxito: el estudio con fines docentes, la creación de escuela, la generosida­d de pensar en el otro, en este caso los juristas que encontraba­n en su obra soluciones a los problemas que él antes había investigad­o con tenacidad. Era un hombre bueno que cuando viajaba a La Habana para impartir clases se llevaba la maleta cargada de medicinas. Jugó mucho al fútbol sala y corrió maratones. Colaboró con despachos de abogados de alto nivel. El suyo fue un ejemplo del cultivo del genuino concepto de la calidad de vida: trabajar, estudiar y contribuir a la sociedad desde la investigac­ión y la docencia. Su modelo escasea en la sociedad de hoy, en la que casi no se admira a nadie. Quizás porque nadie lo merece, salvo líderes con pies de barro que anhelan el reconocimi­ento fatuo y el elogio devaluado de las redes sociales. Dios le conceda a este maestro de juristas y hombre sabio el descanso eterno y brille para él la luz perpetua. Deja su disciplina académica mucho mejor de lo que se la encontró.

Oírle hablar en su casa de Madrid o en una charla informal en Sevilla era un placer y un verdadero privilegio

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