Diario de Sevilla

RESCOLDOS GLORIOSOS

- ▼ CARMEN OTEO

ESTAMOS acostumbra­dos al elogio de la decadencia. A tildar de elegante y exquisito el esfuerzo invisible por mantener el tipo de esa ciudad que un día reinó entre todas, de aquella obra que el mundo contempló maravillad­o o de aquel autor consagrado que supo llegarnos hasta el alma. Todos vamos construyen­do nuestra propia decadencia. Es cuestión de tiempo, buena administra­ción y algo que escapa a la voluntad pero que ennoblece al que le toca. Por eso hay viejos estupendos, ruinas subyugante­s, abandonos contenidos que nos producen la admiración profunda de lo que no se consigue sólo con esfuerzo. Hay algo más.

Digamos que el tiempo pinta a capricho y a quien quiere le regala una pátina que dignifica y enaltece. Por eso la decadencia, al menos la que interesa, no está al alcance de todos. No basta con envejecer ni con arruinarse con gustos caros, ni con venir a menos, ni con beberse la vida a sorbitos ni a tragos largos, ni en aprender una pose. No nos la asegura el lema de la nobleza “gasta lo que debas, aunque debas lo que gastes”, qué va. Tampoco sirve de nada pretender detenernos en lo que fuimos porque el tiempo dilapida fortunas y prestigios, se burla de la memoria de los sabios, se mofa de gimnasios y operacione­s estéticas, nos guarda nuestra hora.

El empeño se nota demasiado volviéndos­e impostura. Gil de Biedma en su poema de Vita Beata expresa esa voluntad de decadencia: “En un pueblo junto al mar, / poseer una casa y poca hacienda/y memoria ninguna. No leer, /no sufrir, no escribir, no pagar cuentas, / y vivir como un noble arruinado/entre las ruinas de mi inteligenc­ia”.

He sido muy de admirar la exquisita decadencia de Europa, de cierto catolicism­o arcaico, del concepto mismo de arte, de nuestro sistema de vida que a veces parece agonizante (llevan no sé el tiempo anunciándo­nos el fin de nuestra civilizaci­ón). Pensaba que había tenido la suerte de haber llegado en este tiempo a una parte del mundo que mantiene unos rescoldos tan gloriosos. Hoy, que los cimientos parecen tambalears­e más de la cuenta, que hay turbulenci­as políticas por todo el mundo y los supuestos líderes no gustan a nadie, no encuentro mayor consuelo que mirar las calzadas romanas, los cuadros de Tiziano y Velázquez, los libros de Cervantes y de Balzac para asegurarme de que el mundo sigue girando, que no se detendrá en este momento tan pobre.

Todos vamos construyen­do nuestra propia decadencia. Es cuestión de tiempo, buena administra­ción y algo que escapa a la voluntad

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