Diario de Sevilla

LOS DOS PABLOS

- CÉSAR ROMERO Escritor

QUÉ pasó para que dos de los nombres más aclamados en sus respectiva­s artes durante décadas, que al morir en 1973 fueron ensalzados de nuevo como genios inigualabl­es, sean recordados en este año de cincuenten­ario con algo de sordina, la que j amás los acompañó en vida? ¿Qué pasó para que se recuerde como de soslayo a Pablo Picasso, cuya influencia atraviesa la pintura toda del siglo XX? ¿Qué pasó, que se hable de su posible asesinato por envenenami­ento en lugar de su poesía, con Pablo Neruda, quien, cual estrella pop, agotaba las localidade­s para oírlo recitar con tono insoportab­lemente engolado sus versos, los luminosos y también los más tristes, escritos, como es sabido, esta noche?

Se dirá que siguen tan presentes que no es necesario recordarlo­s en este aniversari­o redondo. Y puede que algo de verdad haya, pues Picasso y Neruda pertenecen al exiguo grupo de artistas que se dan por descontado­s: todos creemos conocerlos, aunque no hayamos contemplad­o, ni siquiera reproducid­a, buena parte de los cuadros de uno, ni leído la caudalosa obra poética de otro. O se dirá que el tiempo desveló que quizá nunca fueran para tanto (algo que todo tiempo suele descubrir: que lo pasado en verdad nunca fue para tanto, pues el presente es exagerado por definición. Pero claro, nadie vive sino en el presente).

Picasso y Neruda tuvieron olfa

Picasso y Neruda tuvieron olfato para alinearse siempre en el lado favorecido por la Historia

to para alinearse siempre en el lado favorecido por la Historia. Es la máxima fundamenta­l, casi única, de todo empresario de sí mismo. Y ambos lo fueron (se vendían bien: acabaron siendo marcas). Cualquier garabato del primero valía las siete letras de su firma en oro; cualquier poema del segundo, las de su apellido. Generaban dinero a raudales. Y no por ello dejaron de ser paladines de la izquierda. Es la rara contradicc­ión de la mayor parte del siglo XX, que postergó a quienes fueron consecuent­es con sus ideas, si éstas no eran las imperantes entre la intelectua­lidad, pero perdonó sin miramiento­s que Neruda alabara en infame oda a Stalin, o que Picasso hiciera negocios con los nazis en la Francia ocupada, por citar sólo dos entre otros variados deslices. Lo que tal vez ninguno de ellos imaginara es que las creencias imperantes a medio siglo de sus muertes, no de cintura para arriba, que apenas han cambiado y aún vitorean a autoprocla­mados izquierdis­tas con pingües cuentas corrientes, sino de cintura para abajo, los arrumbaría en un trastero algo a trasmano de las bellas artes. Las, al parecer, nada loables conductas de pintor y poeta con alguna de las mujeres que acompañaro­n sus días, y la incomodida­d ante ello de quienes se sienten a gusto con otros aspectos de sus vidas, los están condenando a cierto ostracismo. Curioso destino para quienes, no pocas veces, menospreci­aron a colegas por no estar en el lado “correcto”, verse ahora en tal tesitura: ser equivocada e injustamen­te condenados como artistas, por no haber sido “buenas personas”.

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