Diario de Sevilla

CARTA A LOS PARLAMENTA­RIOS SILENTES

- ▼ JUAN CARLOS RODRÍGUEZ IBARRA Ex presidente de la Junta de Extremadur­a

CUALQUIER sondeo de los publicados últimament­e sitúan a la política y a los políticos como uno de los primeros problemas que agobian a los españoles. La política no debería constituir problema alguno; si no existiera la política nadie es capaz de adivinar como se articularí­a la convivenci­a, como sería el sistema educativo o el sanitario, quién regularía los diferentes regímenes laborales, cómo se pagarían las pensiones, de cuanto sería el salario mínimo interprofe­sional si es que dicho salario existiera, quienes serían los dueños de las vías de comunicaci­ón y de las diferentes redes telemática­s, etc., etc. La política siempre existirá, será buena o mala, pero será. Sin ella, la civilizaci­ón hubiera acabado hace milenios.

Otra cosa son los políticos. Si en la actualidad gozan de poco o de ningún prestigio no hay que culpar a lo que algunos denominan la clase política. Ni existe esa clase ni los políticos actuales son nuestros políticos como se escucha decir en ocasiones a quienes se refieren a los que ejercen esa actividad. Los políticos no forman parte de un clan que nacen siendo políticos y se mueren como tales. Los políticos no son una clase si por clase entendemos a un grupo de personas que dentro de la sociedad tiene condicione­s comunes de vida o de trabajo, e intereses y medios económicos iguales o parecidos, como nos referimos, por ejemplo, a la clase obrera o a la clase media o a la clase alta. Todos los políticos se dedican a la política, pero no todos realizan los mismos trabajos ni tienen los mismos intereses y los mismos medios económicos. Nada tiene que ver el concejal de un pequeño pueblo con un ministro del Gobierno de España. Los políticos entran y salen de sus responsabi­lidades institucio­nales cuando los electores así lo deciden. No son miembros natos de un club; necesitan plebiscita­r cada cuatro años su presencia institucio­nal.

Igual que ocurre en una representa­ción teatral (pues eso es también un pleno del Congreso o del Senado) los responsabl­es del aburrimien­to, del hartazgo, del repudio del ejercicio de la política son quienes desempeñan los principale­s papeles, las figuras, los protagonis­tas de la representa­ción. A nadie se le ocurre echar la culpa del fracaso de un espectácul­o a los extras, muchos de los cuales están en la representa­ción para rellenar huecos; su participac­ión es casi invisible, son bultos que aparecen y desaparece­n en función del papel mínimo que les toca interpreta­r.

La mayoría de ellos aplaude, sin saber por qué, nada más tomar la palabra los protagonis­tas. Cuantos más groseros sean los discursos, más aplauden los extras.

Debe de existir un divorcio entre ciudadanos y representa­ntes. Lo que para estos últimos son intervenci­ones de matrícula de honor, premiadas, además, con el entusiasmo de las bancadas a las que pertenecen los oradores, no provocan la misma sensación en quienes los escuchamos. Los parlamenta­rios ríen y aplauden a rabiar sin que los demás sepamos dónde está la gracia, el arte y el salero. No es extraño que, si a una faena parlamenta­ria de andar por casa se le premia con orejas y rabo, no surjan oradores de la categoría de quienes han pasado por ese parlamento dejando recuerdos imborrable­s de intervenci­ones memorables. Si cuesta tan poco ser aplaudidos, ¿para qué esforzarse en mejorar la oratoria en su forma y en su contenido?

Al contrario que en el teatro, los parlamenta­rios silentes no invitarán a sus familiares a la representa­ción. Más de una madre se sentiría avergonzad­a al ver y oír a su hijo insultar a los de la bancada de enfrente. Algunos nombres de diputados o senadores son conocidos por las veces que han sido llamados al orden por las presidenci­as del Congreso o del Senado. ¡Por nada más!

Si concluimos que los discursos y la oratoria parlamenta­ria están en horas bajas; si nadie entiende muy bien de qué va la representa­ción; si llamamos política a lo que hacen los políticos cuando se ven por la tele, habría que intentar convencer a los casi tresciento­s diputados y a los casi doscientos senadores para que tomen la palabra; que nos expliquen por qué y para qué están donde están; qué pretenden conseguir; quienes ganan y quienes pierden con las leyes que ellos votan.

En definitiva, que nos digan cómo se hace política. Seguro que entre casi quinientos parlamenta­rios tiene que haber hombres y mujeres con un nivel intelectua­l y político capaz de sacar a la política del fango en el que está metida y reconcilia­r al ciudadano con ella. Sin política esto sería el infierno. Para huir del infierno y del purgatorio, por favor, salgan del silencio y hablen. Los actores principale­s necesitan oxígeno.

 ?? ROSELL ??
ROSELL
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain