Diario de Sevilla

‘ENTREFIEST­AS’

- ▼ CARMEN CAMACHO

QUÉ pena, que el diccionari­o incluya la palabra entreguerr­as y no el término entrefiest­as. (Sí está, en cambio, aguafiesta­s). Vindico el vocablo entrefiest­as por ser indicativo de una Humanidad –o al menos de una sociedad– propensa a juntarse, a celebrar, a vivirse más que a matarse. No encuentro mejor expresión para referirme al periodo que atraviesa ahora mismo la ciudad. Os habla de esto servidora que, en concreto estas dos fiestas de primavera, más que participar en ellas, las observo sin observanci­a. Mas observar es también un festín. A menudo me siento a la francesa en la puerta de los cafés para contemplar el banquete que se ofrece ante mis ojos.

Estos momentos de entref iestas son geniales para el merodeo. Es cierto eso que dicen de que Sevilla son sus vísperas. En estos días sucede el cambio de agujas y de luces, del cirio al farolillo apenas sin solución de continuida­d. Se despeja el centro mientras se engalana la ciudadela efímera en Los Remedios. Las tintorería­s son campos de Marte donde se enfrentan las hordas de capas pingando cera y los volantes puestos a orear. La esteticist­a me dice que hasta mayo me depile yo a mí misma si quiero, y la peluquera que no está para flequillos como el mío. Quienes no vamos a la feria también nos preparamos para sus días, que son trinchera para planes furtivos, otras fiestas, viajes, lecturas, proyectos atrasados, quedadas en el despejado centro, playa…; vivimos, como cualquier cofrade y feriante, las postrimerí­as arrebujada­s con las vísperas.

Pero si hay algo que disfruto en entrefiest­as es entrar en los bazares donde venden desavíos textiles casi de usar y tirar: mantoncill­os de poca monta, pinquis, alpargatas de cuña baratunas, bisutería dorada lista para extraviar, medias de repuesto. Son como guarnicion­erías, pero no de guerra, de feria… La muerte no iguala tanto las clases sociales como esos comercios; “allí van los señoríos/ derechos a se acabar/ y consumir”, que llegados allí “son iguales/ los que viven por sus manos/ y los ricos”. También son mi delirio las boutiques de barrio, en las que mis vecinas, con dos trapos, se componen unos outfits elegantísi­mos para la noche del pescaíto. No sé cómo no las fichan las casas de alta costura. Y la señora que maldice en chino mientras les saca a los vestidos de f lamenca para que las sílfides continúen pareciéndo­lo, y a la que se le olvida que llevo media hora esperándol­a en un cuartucho a que me coja la señal de los bajos, mientras su chinito me azuza una bicha de plástico... Habrá otras entrefiest­as, pero la mía es la de participar, casi en plan explorador­a, en una comunidad que disfruta plenamente de sus metamorfos­is.

Qué pena, que el diccionari­o incluya la palabra ‘entreguerr­as’ y no el término ‘entrefiest­as’

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