“Nos asustaban con terminar en el campo si no estudiábamos”
● Solo el 11% de los socios de las organizaciones tienen menos de 41 años, por lo que el relevo generacional es uno de los retos a los que se enfrenta el sector
¿Tiene relevo generacional el campo de Andalucía? ¿Por qué la juventud no se quiere dedicar a la agricultura? ¿Es un trabajo con futuro? “Existe una desvinculación muy grande entre los jóvenes y el campo”, reflexionó ayer Eva María Fernández, ganadera y presidenta de la cooperativa Santiago Apóstol de Fuente Vaqueros (Granada), quien participó junto a otros tres jóvenes cooperativistas de Córdoba, Huelva y Málaga en una mesa de experiencias sobre el relevo generacional en la economía social.
Fernández, que tiene formación como filóloga hispanista, explicó que su cooperativa decidió ofrecer visitas a los colegios cercanos para mostrarles de dónde viene la leche tras comprobar que “había niños que nunca habían visito una vaca”. Y no solo eso: “Llegaban allí y solo comentaban lo mal que olía y la peste que había, porque la realidad es que existe una desvinculación muy fuerte. Todos quieren ser tiktokers, que es lo que ven todos los días, y a veces nosotros tenemos la culpa. Les hacemos pensar que no se puede vivir del campo, cuando eso es mentira. Hay que llevar a los niños a que huelan una mierda de vaca, porque la mierda es vida”, bromeó la presidenta de Los Pastoreros. “El campo enseña el sacrificio, que las cosas cuestan. Y los niños van a lo fácil”, contó.
Lo cierto es que, como recordó la responsable del Grupo de Jóvenes de Cooperativas Agro-alimentarias de Andalucía, Amparo Martín, la economía social solo cuenta con un 11% de socios de menos de 41 años. “Es un dato contundente, y si no hacemos algo por que esto cambie las cooperativas no tendrán futuro”, advirtió durante la mesa redonda, en la que los cuatro jóvenes contaron sus vivencias.
“Le debo a mis padres que me inculcaran desde muy pequeña los valores del cooperativismo. Me dieron alas para volar, pero también para regresar al nido. Conocía mi cooperativa y siempre supe que de alguna manera u otra iba a terminar ahí. Mi padre falleció en 2018 y heredé su capital social. Fue un cambio radical en el consejo rector y mis compañeros decidieron que yo era la persona idónea para el puesto, aunque al principio pensé que solo me querrían para firmar los papeles”, contó Fernández.
Nada de eso: “Quise tomar las decisiones y poco a poco me he hecho con el equipo y me respetan, y estoy muy contenta. Y, además, no he renunciado a mis sueños, porque trabajo y vivo en Fuente Vaqueros, el pueblo de Lorca, y compagino mis dos pasiones: el campo y la literatura”, relató la presidenta de la cooperativa, que animó a los jóvenes a “tener interés y emocionarse”.
“VEÍA QUE LA EMPRESA DE MI PADRE FUNCIONABA”
Manuel Ramírez, agricultor y socio de la cooperativa Cobella, de Lepe (Huelva), llegó al campo “por obligación” tras terminar sus estudios de Empresariales y encontrarse con un mercado laboral devastado: “Mi padre ya era agricultor y yo lo había vivido desde pequeño, así que decidí que había que seguir para adelante”, recordó con algo de resignación.
Sus primeros pasos fueron en una finca de caquis, “dejando siempre la puerta abierta a desarrollar lo que había estudiado”.
Con el paso del tiempo, su interés cambió: “Me di cuenta de que mis estudios me siguen valiendo y son necesarios para llevar una empresa agrícola. Fui creciendo y hemos logrado mantenernos. Esto es una evolución continua buscando siempre la mayor rentabilidad, seleccionando siempre los productos más favorables desde el punto de vista económico”, dijo.
Laura Escribano, graduada en Magisterio, agricultora y socia de la cooperativa San Benito (Málaga), también había visto los desvelos de su padre en el campo, un sector que –confesó– ella nunca había “tocado”. “Se veía como lo peor. Mi madre nos asustaba con que, si no estudiábamos, terminaríamos en el campo. Pero cuando acabé Magisterio y como no había trabajo, hablé con mi padre para que me diera un empleo. Yo veía que la empresa funcionaba, no podía ser tan malo”, dijo.
Entonces salieron las ayudas a jóvenes agricultores. “Me obligaban a estar cinco años en el campo, pero decidí probar. Entonces no tenía ni carnet de conducir, y ahora llevo el tractor. No sabía nada, ni siquiera que existían variedades de olivar. ¿Qué era picual? ¿Qué era hojiblanca? Aprendí muchísimo y me di cuenta de la poca conciencia que tenemos sobre el campo, porque mucha gente no sabe qué es un aceite de oliva virgen extra”, reflexionó.
El cordobés Antonio Lovera, ingeniero técnico de Topografía de formación, es ahora agricultor y secretario de la cooperativa Nuestro Padre Jesús, en La Rambla: “Siempre he vivido el campo muy de cerca, desde mis bisabuelos. Aunque mis padres siempre me decían: no quiero que seáis agricultores, quiero que estudiéis. Me lo habían pintado tan mal que estudié Topografía y ya estaba pensando a qué país me iba a ir a trabajar, si a Japón, a Chile o al cuerno de África, cuando un día mi padre me llamó. Mi madre había sufrido un ictus y él perdía visión. Necesito que vengas y nos eches una mano, me dijo”. Así lo hizo: “Aquello me sirvió para descubrir una profesión que me apasiona. Tienes que dedicarle muchas horas, sí, y no siempre es rentable, pero es muy satisfactoria”, animó a probar.
“Por desgracia, la mayoría de los jóvenes quieren ser funcionarios. O encontrar un trabajo que les dé mucho dinero. El campo es duro, pero hay que defender que sea rentable y, a ser posible, que se pueda vivir sin ayudas, porque en ese caso no se tiene libertad completa”, ref lexionó ante un auditorio lleno que respondió con aplausos.
“Hay que crear conciencia de que esto es un trabajo posible y con futuro, y cambiar la imagen de que estamos siempre llorando. ¿Quién va a querer incorporarse así? Hay que motivar a la juventud. Esto es una empresa y hay que visualizarlo de esa manera y tener conciencia empresarial”, defendió Laura Escribano, quien instó a las administraciones a facilitar las “gestiones burocráticas”.
Sobre el propio trabajo del agricultor, la joven animó a sus colegas a “reenfocarlo” estableciendo horarios y turnos y aprendiendo a delegar. “La idea es que hay que estar todo el tiempo porque siempre ha sido así. Pero, si seguimos con ese método, ya vemos los resultados, que nadie quiere estar en el campo. Esto es una empresa y, aparte de vender ajos, quiero tener una vida”, reflexionó. “Hay que salir del armario cooperativo y explicar bien en qué consiste esto”, propuso Eva Fernández, una idea que corroboraron sus colegas.
Presidenta de Los Pastoreros Todos los niños quieren ser ‘tiktokers’, pero hay que llevarlos a oler una mierda de vaca”