Diario de Sevilla

LOS ÁNGELES BLANCOS Y NUESTRA SALUD PÚBLICA

- ▼ EZEQUIEL MARTÍNEZ Periodista y escritor

UN lunes invernal me ingresaron en el Hospital de Valme de urgencias. Asistí allí a un desfile de la Humanidad enferma. Pensé en algún pasaje del infierno de la Divina Comedia. Personas en sillas de ruedas, en camillas entubados, acompañada­s por un familiar ocupando espacios imposibles en una sala de Urgencias a reventar de personas con caras y restos de dolor, ayes, toses y algún quejido en el ambiente de sufrimient­o sobre el que se sobrevuela­n rumores, conversaci­ones e incluso sonrisas y risas ante algún comentario para distraer de la tensa situación de espera, hasta ver tu clave en la pantalla y una consulta de destino. Allí una enfermera y luego una médica, o médico escucharán qué te ocurre y por qué estás allí. Más tarde, tu nombre se oirá, por megafonía y un celador te conducirá hacia una sala para hacerte una analitica, y más tarde un TAC o una radiografí­a. Y ahí empezará, el calvario.

Esperas a nuevas indicacion­es en la sala de Observació­n, donde no paran de entrar personas a pie o en sillas de ruedas quejándose, o en camillas de un lado para otro, madres con niños o niñas, ancian@s sobre todo, y gente más joven. El de Seguridad llama la atención a una familia porque quieren entrar varios acompañant­es cuando sólo se permite uno sólo. La tabla de derechos que impera en los hospitales y centros de salud supera en cuatro veces a los deberes que consagra. Y eso es un error de base, pues el paciente piensa que puede exigir de todo cuando está en el servicio Andaluz de Salud. L@s administra­tiv@s que atienden al recién llegado, y los celadores y enfermeras no paran de pasar ayudando. Son los primeros Ángeles blancos de las Urgencias de un hospital, como en los centros de Atención Primaria lo son también, administra­tivos, celadores, enfermería y facultativ­os, la primera trinchera contra la enfermedad y que está desasistid­a y falta de medios humanos. En muchos casos, hemos pasado de la atención directa al enfermo de 10 minutos que pide la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitari­a a una consulta telemática sin contacto visual ni exploració­n. ¡Es de locos!

Tras las pruebas, te pasan a una sala donde te encamillan y te cuidan los Ángeles blancos, médicas, enfermeras. Y si se ve la convenienc­ia te pasan a planta. En mi caso, todo un periplo de ambulancia­s privadas que pueden tardar horas en recogerte para trasladart­e a otro centro: Cruz Roja, Hospital Militar, Viamed o al servicio de Radioterap­ia del Hospital Virgen del Rocío, donde me hicieron un TAC previo a la radio. La gestión de las ambulancia­s del sector privado y el sufrimient­o de los pacientes merecen otro artículo. Quiero destacar a esas primeras Ángeles de blanco y azul y al equipo joven de la doctora Inma Rincón que con equipos sofisticad­os de última generación localiza por rayos láser las células o el posible tumor a reducir o destruir. Tras varios intentos a las nueve de la noche, la incertidum­bre dominaba al equipo. Pensé que me dirían con la socorrida frase de Larra: “Vuelva usted mañana”, pero no, sabiendo que sobrepasar­ían su horario, volvieron a reunirse y decidieron probar con otro equipo bajo el que me situaron y tras comprobar milimétric­a mente las señales y tatuajes en el pecho realizados en el TAC, vi sobrevolar sobre mi cabeza varios aparatos que me recordaron escenas de 2001, odisea en el espacio.

Cuando acabó ésta operación, el equipo entró en la Sala de radiación y me dijeron: ¡Ha salido bien! Nos felicitamo­s. Y agradecí su entrega y vocación tocando con mi mano una campana para tañer el éxito de la operación. Dedicaron más de dos horas extras a mi caso. Regresé en ambulancia al Valme y a la una y media de la mañana me pasaron de Observació­n a la planta de hematologí­a, compartien­do habitación con otro joven José M., enfermo de linfoma, de Los Palacios. Aquí en una planta con algún enfermo recluido por seguridad, nos atienden muy bien las doctoras, las enfermeras, las limpiadora­s. Nos cambian la orina, nos dan pastillas, y nos dan de comer, cenar y desayunar, en esta situación privada de libertad, pero con el propósito de sanarnos.

Amanece y desde la ventana veo núcleos de pisos y casas blancas de Bellavista, paisajes verdes cerealísti­cos y olivares. Y más allá, las cimas de Grazalema. Cuando estás en mi situación, la primera vez que pernocto en un hospital en mis 74 años de vida, te das cuenta de la importanci­a de la salud. Hace unas semanas estuve pateando y gozando en París con Ángeles, mi esposa, y ahora, ella me acompaña con su cariño y amor pacienteme­nte. Pendientes mi hija, mi yerno, mis hermanos y amigos. Gracias a tod@ s, especialme­nte al equipo del Dr. Eduardo Ríos, Hematologi­a-Oncología de Valme, a Pepa y su equipo en sala de tratamient­os, a los doctores ejemplares Mateo Martínez, Pedro Jiménez, a las médicas y enfermeras de la planta 9 de Valme. ¡Gracias! Quedo muy agradecido a estos Ángeles de blanco que cuidan de nosotros en los centros de Salud y en los hospitales con esfuerzos, improvisac­ión y con carencias que saltan a la vista. A la Junta, y a las demás comunidade­s, y al Gobierno central: aumenten los presupuest­os, y las plantillas humanas, desbordada­s con una carga emocional tremenda, por favor, los medios para preservar una de las joyas de la atención y seguridad médica social españolas: la sanidad pública y déjense de experiment­os mercantili­sticos y ávaros con la sanidad privada, que también tiene que existir, pero no ayudar a anular a este beneficio social y democrátic­o y que está en franco declive: la sanidad y la educación publicas. Así concluyo este artículo de un periodista y poeta seriamente enfermo, evocando a Gil de Biedma. ¡Y saldremos de ésta, sin duda, con aceptación, actitud, optimismo, lucha interior y con los avances de la ciencia y la medicina!

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