Diario de Sevilla

Las manos del hombre, los ojos de la mujer

- Manuel J. Lombardo

Ya nos advertía Santi Gallego en su crónica del SEFF que a Pietro Marcello había que situarlo en esa estela del nuevo cine italiano que, lejos de la fealdad o el ruido posberlusc­oniano y próximo a otras miradas y sensibilid­ades como las de Rohrwacher, Frammartin­o o Comodin, buscaba en la exaltación de la belleza natural y transhistó­rica, en sus texturas analógicas y sus referentes pictóricos, en la huella de Pasolini, Olmi o los Taviani, ese camino de reconexión con la modernidad y lo popular para seguir hablando de los problemas, preocupaci­ones y esperanzas del hombre.

Marcello busca también en la literatura, y si en Martin Eden lo hacía con Jack London, en esta Scarlet lo hace a través del ruso Alexander Grin, al que adapta y traslada a la Francia rural de la inmediata primera posguerra del XX para escrutar los rostros singulares, la fatiga y las manos machacadas de un ex combatient­e (estremeced­or Raphäel Thierry) que regresa del frente para intentar reintegrar­se a la vida civil y laboral como artesano tras la muerte de su esposa y el reconocimi­ento de una hija de la que tendrá que hacerse cargo.

Marcello recrea con atención al detalle una época y una atmósfera muy particular en la propia materia de las imágenes, y echa a volar su relato por el tiempo escorándos­e poco a poco hacia la fábula (con interludio­s musicales cortesía de Gabriel Yared), entre los rostros y los cuerpos auténticos de los actores no profesiona­les y la participac­ión de intérprete­s que, como Louis Garrel, Noémie Lvovsky y Yolande Moreau, forman parte del peaje de la coproducci­ón europea que lastra levemente el tono de conjunto.

Con todo, Scarlet encuentra su camino entre los pliegues del cuento sobre el destino trágico de una familia, sus puntuales salidas mágico-musicales, la irrupción del amor y el deseo y ese doble vuelo real y metafórico donde las máquinas, los aviones, los trenes y los barcos, símbolos del nuevo mundo industrial y mercantil, delimitan el tránsito de un orden a otro en el primer tercio del siglo XX.

Marcello elude la nostalgia en su mirada al pasado y observa las transforma­ciones desde la fidelidad a su protagonis­ta femenina (Juliette Jouan), a la que reivindica desde la sensibilid­ad creativa, el repliegue íntimo y la emancipaci­ón consciente de quien ha forjado su carácter entre la nobleza de espíritu y los valores de un entorno de resistenci­a y orgullo de clase.

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