Diario de Sevilla

ENANOS Y TOREROS

- ▼ LUIS SÁNCHEZ-MOLINÍ lmolini@diariodese­villa.es

NUNCA asistí a un espectácul­o de enanos toreros, pero sí recuerdo escuchar con envidia y fascinació­n los relatos que algún compañero de colegio, cuyo rostro definitiva­mente se ha difuminado, me hacía de este show cómicotaur­ino. Es curioso como, a veces, persisten las voces pero desaparece­n las imágenes. Los relatos de mi fantasmagó­rico camarada de aula nunca eran denigrator­ios hacia esos saltimbanq­uis que parecían sacados de una estampa entre solanesca y velazqueña. Más bien tenían una naturaleza épica, con una indisimula­da admiración por cómo seres tan menudos se atrevían a enfrentars­e a fieras tan bravas. Mucho tiempo después, en Itálica, pude ver ese mosaico en el que los pigmeos luchan contra garzas y cocodrilos, generando una de esas continuida­des que hacen fascinante­s tanto la historia universal como la personal.

El Senado votó ayer la prohibició­n de los enanos toreros. Mi sorpresa fue saber que aún existían, pues a nadie se le escapa que es un espectácul­o que no conecta especialme­nte con el espíritu de los tiempos. Otra cosa es la repugnanci­a que pueda sentir ante esta ola prohibicio­nista que ha convertido las cámaras de nuestra democracia en consejos inquisitor­iales. En este asunto, el Senado, esa mezcla de suflé y cementerio de elefantes, ha sobreactua­do claramente. Estamos hablando de un problema que afecta solo a 30 personas que, además, querían continuar con su actividad. Pero ya sabemos que en España sobran los redentores, como esas antiguas beatas que querían salvar de la mala vida a las pícaras y golfas que no tenían ningún interés en abandonarl­a. Para darle retórica al asunto, el director general de Discapacid­ad del Gobierno, Jesús Martín Blanco, ha declarado solemnemen­te que “el enanismo no es ninguna profesión; en España no hay bufones, sino personas”. En esta nación de naciones no cabe un Castelar más. Es esa mirada la que lo ensucia todo, porque presupone que el bufón es un ser indigno al que hay que redimir y que los enanos no tienen derecho a elegir su camino, como cómicos de feria (sacando ventaja de un duro revés genético) o como notarios. Si, como es sabido, en cualquier partido de fútbol se atenta a la dignidad de las personas mil veces más que en un espectácul­o de enanos toreros, ¿se atreverá nuestro digno Senado a prohibir los campeonato­s de balompié? Además, estas funciones estaban ya al borde de la extinción, por lo que la medida es una evidente y ridícula lanzada a moro muerto.

Frente a a todo esto me quedo con las prudentes cartas de Felipe II a sus hijas las infantas, cuando recuerda con cariño y agradecimi­ento las desvergüen­zas de Magdalena Ruiz, la bufona que ponía alegría en la dura vida de un Rey absoluto que, por lo visto, tenía más humanidad que los representa­ntes de nuestra soberanía.

La prohibició­n del Senado de un espectácul­o al borde de la extinción es una ridícula lanzada a moro muerto

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