Diario de Sevilla

POR SEVILLANAS

- ▼ CARMEN CAMACHO

AHORA que han engalanado los balcones de Los Remedios con letras de sevillanas –celebro la iniciativa, pues hay palabras que resucitan los días más luminosos, y esos primeros versos están hechos de esa masa–; ahora que es vísperas de farolillos, se me ha venido a los labios, mientras tendía, una de mis favoritas, esa bíblica que reza: “La vio el rey David a Betsabé –vulgo Eva Isabel– en el baño, no quedó tan prendado como yo de ti”. De corrido me he puesto a evocar otras sevillanas. La conclusión es nítida: pese a quien las desprecie por folclórica­s, las sevillanas tienen un importante recorrido en lo lírico y musical, en lo íntimo y en lo social. Al igual el traje de flamenca es de los pocos atuendos regionales que se ha mercantili­zado y experiment­a modas, las sevillanas entraron hace ya en la industria musical y no sólo han evoluciona­do, sino que también dan cuenta de un tiempo y de una parte del mundo, Andalucía. Las sevillanas no son patrimonio exclusivo de Sevilla, sino andaluz. No hay feria sin sevillanas.

Para recopilar las letras que colgaría en mi balcón necesitarí­a la página entera. Me gustan los trabalengu­as y las absurdas (“Amarivirir­illo es el oro”, “… y siete son catorce ¡ole! y seis son veinte”, “Pastillas de jabón, a real”, “…un cojo cojeando, riapitá, mira, cogía coles”, “Quítate de la esquina, Pacopacopa­có, que vengo loca”). Me hablan de la retahíla y el disparate, que son cosa muy popular, lenguaraz y subversiva por lo bajini. Me encantan las naif, casi infantiles (muero con la historia de amor entre Micifú y la gata Robustiana, y con la del enano que, salerito, se casó con una psicópata), las de amor y regomello (“¡ Pa’ que me llamas, prima, ¡ay!”, “¿Quién fuera viento para estarte meciendo en cada momento?”) y las que esbozan estampas deliciosas (“Yo tengo unos palillos con cintas ‘colorás”, “El embarque de ganao levanta una polvadera”, o esa de “Mi novio es cartujano, pintor de loza”, de la que Braulio Ortiz nos escribió con primor). Recuerdo en la voz de mi madre las que cantaba cuando yo era chica mientras me enseñaba los pasos en nuestro patio, que fue mi academia de baile: “Que no se leer, no me mandes papeles”, “Quién me habrá quitao la manta que anoche dormí en el suelo”, Il mondo de Jimmy Fontana –imposible de bailar, por cierto– en la versión de Los cantores, también las de Rafael del Estad, María del Monte, El Pali, Rocío Jurado...

Cintas de casete de sevillanas, junto a las de Triana, Pink Floyd y Enrique y Ana, era lo que había en casa. Hubo un tiempo, anterior al andalucism­o desleído, en que se cantaba: “Andalucía, guapa, gitana, mujer morena, despierta que eres libre, gitana, de tus cadenas. ¡Despierta!”. Lo mismo cuelgo esta en mi balcón.

Cintas de sevillanas, junto a las de Triana, Pink Floyd y Enrique y Ana, era lo que había en casa

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