El jefe de los agentes denunció a uno de ellos porque se sintió “coaccionado” tras el suceso
La tercera y última sesión del juicio, que se ha estado desarrollando en la Audiencia de Sevilla, comenzó con las declaraciones de los últimos testigos. Las respuestas más llamativas correspondieron al jefe de la sección de Seguridad Ciudadana de la comisaría del Distrito Macarena, es decir, el superior de los seis agentes encausados. Alguno de ellos ya reconoció que la relación no era la mejor posible y el testigo, que en su día autorizó esa operación en Pío XII, no sólo ratificó ese extremo sino que fue un poco más allá. “Yo era el superior, a algunos les caería mejor y a otros, peor. Hasta aquel momento no hubo ningún problema, pero a partir de entonces... Hasta cierto punto me sentí coaccionado. Denuncié a uno de los investigados, pero se sobreseyó por falta de pruebas. Esas coacciones tampoco me han importado nunca, sólo denuncié para que acabaran”, explicó ante el tribunal. El mando policial, ya retirado, también relató que la información sobre el posible contrabando procedía de uno de los agentes y que él le dio libertad para “realizar el servicio cuando lo considerara oportuno” y con el número de compañeros que estimase conveniente.
Después fue el turno del profesional de asuntos internos que instruyó el atestado. Una de las medidas que tomó durante la investigación fue organizar escuchas telefónicas de los policías.
“No pudimos determinar que fuesen una banda organizada, más bien fue algo puntual. Incluso entre algunos de ellos no se llevaban bien”, aseguró el testigo. Respecto al visionado de los vídeos, el agente destacó el “trasiego” que hubo durante la redada, hasta el punto de que “aquello parecía el camarote de los hermanos Marx”, pero también admitió que sólo había chequeado lo ocurrido durante el registro policial y que no llegó a la parte en que, horas después, aparecía la mujer a quien la tendera entregó varios fajos de billetes y que ella ocultó debajo de la camiseta.