Diario de Sevilla

MUJERES Y TOROS

- ▼ DIEGO CARRASCO Escritor y miembro de la Fundación de Estudios Taurinos

EN 1908 se prohibió el toreo a pie femenino por ser “impropio y opuesto a la cultura y a todo sentimient­o delicado”. Es un error masculino histórico pensar que las mujeres son seres delicados por el mero hecho de tener menos fuerza bruta. El marqués de Langle, miembro de una familia de la nobleza bretona que publicó Viaje de Figaro a España en 1784, al hablar de las corridas de toros, que considerab­a horribles, se asombraba que “las mujeres, que tiemblan a la caída de una hoja, que se desmayan al oler un ramo, que lanzan gritos al ver un relámpago, una oruga, un ratón… asisten a esas luchas”. Lo curioso es que el marqués nunca pisó España y escribía de oídas. Las plazas de toros fueron desde el principio ámbitos de libertad, y ver mujeres en los tendidos cuando el espectácul­o era muy crudo siempre llamó la atención de los extranjero­s. La afición de algunas a la Fiesta no se ha limitado además a prestar color y belleza a las gradas, o a seducir toreros, que también.

Hubo casos de trasvestis­mo. En una corrida celebrada en la Plaza Mayor de Madrid para festejar al príncipe de Gales en 1623 salió “una pizpireta dama” que dio muerte a un toro a pie ante el asombro general. En realidad, era un hombre, un matatoros profesiona­l disfrazado para causar impresión al regio invitado. El primer antecedent­e documentad­o de una mujer activa en un festejo taurino, una comunicaci­ón del Consejo de Castilla de 1654, certifica que una labradora fue pagada por alancear un toro. José Daza, célebre picador y tratadista del siglo XVIII, en su obra Precisos manejos… da noticia de “varias señoras y otras particular­es mujeres que han toreado con aplauso”, sin distinción de clase social. Sin ir más lejos, menciona a una prima suya, natural como él de Manzanilla (Huelva), que vivía por donde pasaban los toros en los encierros y se tiraba a la calle para dar lances con su mantilla.

La relación de féminas que han alanceado, picado, rejoneado o toreado es extensa. Desde damas de la corte que toreaban terneras bravas en sus jardines, señoras de alta posición en la Baja Andalucía que acosaban ganado bravo en sus fincas, campesinas que salían al encuentro de la manada camino de los encierros y hasta piadosas monjas antes de entrar en el convento. Hasta hace poco la imagen más antigua era la de Nicolasa Escamilla la Pajuelera, recogida por Goya en su Tauromaqui­a de 1815, de la que se cuenta que entraba en la plaza cantando. Pero en 2014 el historiado­r Gonzalo Santonja encontró un plato de Talavera de la Reina datado entre 1675 y 1700, decorado con un dibujo que muestra a una mujer alanceando a un toro en el campo.

En el XVIII y el XIX no era inusual, y aunque siempre tuvieron que vencer la resistenci­a de determinad­as autoridade­s, encontraro­n valedores. En 1811, el gentil torero Curro Guillén, la única víctima mortal de la plaza de Ronda, apoyó a la rejoneador­a asturiana Teresa Alonso para que pudiera intervenir en una corrida presidida por José Bonaparte en Madrid. Con el auge del toreo a pie en el siglo XIX la presencia de mujeres en el espectácul­o taurino aumenta. La primera cuadrilla femenina aparece en 1838. Fueron célebres Teresa Bolsi, retratada por Gustave Doré, Dolores Sánchez la Fragosa, que vestía como hombre y llevaba una cuadrilla de varones, y las célebres Noyas, adolescent­es catalanas que actuaron en muchas plazas de España, entre ellas la Maestranza. La almeriense María Salomé Rodríguez, la Reverte, fue un antecedent­e del fenómeno trans, ya que lo hizo como mujer y tras la prohibició­n lo hizo como hombre. Su identidad sexual fue motivo de debate.

Siempre tuvieron que afrontar el desdén y el rechazo de parte del público y de la crítica, invocando la mojigata falta de decoro que su presencia significab­a. Cossío, en su monumental compilació­n sobre los toros incluye el toreo femenino en un capítulo titulado Al margen de la lidia, junto a las luchas de fieras, el toreo cómico o las mojigangas. Y deja claro que no tiene más remedio que mencionarl­as “con la repugnanci­a de quien ha de tratar el tema que parece reñido con la naturaleza”.

En 1934, durante la República, se levantó la prohibició­n vigente desde el gobierno de Maura. Destaca entonces la gran figura de Juanita Cruz, que cuando se vuelve a prohibir en 1940 marcha al exilio y desarrolla toda su carrera en América. Otras toreras destacadas fueron las Hermanas Palmeño, Amalia y Enriqueta, que actuaron numerosas veces en España en el período 1934-36. La prohibició­n del franquismo no afectaba a las toreras a caballo, dando paso a una época de destacadas rejoneador­es, como Conchita Cintrón. Ángela Hernández, que también rejoneaba, inició un pleito para poder hacerlo a pie, y en 1974 se convirtió en la primera mujer en tener carné de torera, abriendo la puerta a muchas otras que vinieron después, como Cristina Sánchez que recibió la alternativ­a en Nimes de mano de Curro Romero. Y si no hay mujeres toreras de relieve en la actualidad, no hay que dejar de lado que un torero es, en realidad, un hombre vestido de mujer.

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