ZULULANDIA EN CAMPANA
HACE años tuve ocasión de visitar el territorio del antiguo Reino Zulú, también conocido como Zululandia, de historia sangrienta y breve en el siglo XIX, con regicidios, expediciones nada pacíficas a tierras de sus vecinos (hay quien estima que sólo en las mandadas por el caudillo Shaka causaron casi un millón de muertos), enfrentamientos con los bóeres (donde los zulúes pasaron de la traición a la derrota ante Pretorius) y con los británicos (del heroísmo a, de nuevo, la derrota). No eran precisamente unos angelitos roussonianos ni, desde luego, fueron tratados entre algodones por los europeos asentados en el África Austral. Por cierto, para los progres biempensantes que estén ya bullendo ante el colonialismo europeo opresor (evidente e innegable), conviene recordar que los zulúes llegaron a la zona cuando por el sur del continente ya hacía siglos que había blanquitos, y que cuando los mismos zulúes y otras tribus se asentaron en la región lo hicieron a costa de otros pobladores que ya estaban allí. En todo caso, el objeto de mi articulillo de hoy no es trazar una simplificada historia de Sudáfrica ni evidenciar que en la biografía del sapiens no cabe el trazo grueso a la hora de juzgar ni usar criterios de hoy al analizar situaciones de ayer.
En esa visita asistí a un espectáculo, vendido como auténtico y tradicional, de danzas guerreras y
Si no se pone lo religioso en el centro, la Semana Santa acabará siendo un espectáculo con capirotes
de otra índole, por los descendientes de los llamados gloriosos zulúes de un siglo atrás. Una representación colorista, animada, exótica. Pero un evidente montaje para turistas que a los que tenemos el prurito (quizás ingenuo o, vaya usted a saber, pretencioso) de considerarnos viajeros nos pareció triste y acartonado.
Me acordaba de esa ocasión en días pasados, al hilo de las discusiones sobre horarios de apertura de la hostelería en la Semana Santa y sobre el orden y horario de paso de cofradías por la carrera oficial (no sé si más egotismo que otra cosa).
Quien suscribe no es particularmente capillita, al menos para los exigentes estándares sevillanos donde lo primero que dicen muchos niños no es papá o mamá (o progenitor A) sino “al cielo con Ella”. Pero he salido de nazareno cuarenta años y en alguna ocasión de costalero, sirva esto para dejar clara mi estima por la Semana Santa según Andalucía. Y de parche antes de la herida.
Tengo la impresión de que en la Semana Santa sevillana (y, supongo, de otras localidades) cada vez importa más (o casi únicamente importa) lo estético, lo cultural, la tradición, la economía. Y menos lo religioso. Y no sólo para los políticos o los externos al mundo cofrade, aunque tengo amigos muy involucrados en la Semana Santa que la viven de forma religiosa.
Todo es relevante y respetable. Me gustan las tradiciones y no ignoro la labor de las hermandades todo el año. Pero si no se pone visiblemente lo religioso en el centro de todo, de forma renovada una y otra vez, acabará siendo un espectáculo con capirotes en vez de plumas. Y también los zulúes tienen tambores.