Diario de Sevilla

VIDA DE BALCÓN

- ▼ CARMEN CAMACHO

IGUAL que existen los enanitos de jardín, los hay de baranda, y proclamo ser una de ellos. Hago mucha vida de balcón, que es una estancia especial de la casa, territorio en alto y liminar entre la tranquilid­ad de dentro y el movimiento de la calle. Hay quien lo usa de trastero de la bici y del carrito de la compra o como lugar de jarrucheo en tendederos y macetas. En mi caso lo uso, además, a modo de patio, es decir, de sala de estar a la intemperie, y es por eso que dispone de unas sillas y una mesita de mármol, de cierto ambiente acogedor. El uso para el sol y el solaz amplía enormement­e sus horarios en primavera, que es cuando hago vida de balcón con la misma delectació­n con que otros se van al yate en verano o a Baqueira en invierno. Ya es hora de que en el Decathlon abran la sección Balcón y patio (¿acaso no tienen una de camping?), con bambitos de Adidas, raquetas matamoscas, regaderas, jaulas de periquitos.

Se me ocurre este artículo, costumbris­ta en apariencia, sociológic­o si rasco, mientras contemplo desde esta atalaya a mi vecina, que está colgando unos farolillos en el suyo. Observo quién habita nuestros balcones: salvo casos excepciona­les, para lo laborioso (tender, fregarlo, cuidar las macetas, bajar y subir toldos como si en vez de piso tuviéramos un velero, sacar y meter cosas del trasterill­o…) veo a mis vecinas más que a mis vecinos. También para charlarnos, para preguntarn­os por el padre o los niños, y para hablar bajito, las que colindamos, mientras echamos un cigarro. Para hacernos favores o intercambi­arnos cosas. Y para todo lo demás: me pinto las uñas, escribo, coso un botón, me abro un botellín… Los hombres, en cambio, los usan más como sitio de lectura o retiro solitario; apenas interactúa­n desde ellos ni laborean. Podría decirse que nuestros balcones tienen entidad de gineceo, casi de habitación propia.

Pero la cosa va incluso un poco más allá. En las calles y barrios –la mayoría de la ciudad actual– donde no hay rejas hermosas sino meras rejas, ni balcones de forja sino cierres de aluminio, ni casa solariega sino un octavo con un respirader­o abierto en la cocina para la pileta y las fregonas, hasta en las rendijas más inhóspitas entre la casa y la calle brota, en resistenci­a, una macetilla, cuidada por una de nuestras vecinas. Digo esto y vuelvo a recordar el proyecto #Ellasenlac­iudad, de la arquitecta Reyes Gallegos, donde brillaba la gran pregunta: ¿Cómo sería Sevilla si la hubieran compuesto las mujeres que se han dedicado a las labores reproducti­vas –la compra, la crianza, la limpieza de las casas propias y las de los otros, los cuidados–? La respuesta f lorece en los balcones.

Ya es hora de que en el Decathlon abran la sección ‘Balcón y patio’, con bambitos y raquetas matamoscas

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