Diario de Sevilla

INFLACIÓN DURA, SALARIO REMOLÓN

● Mientras en la clasificac­ión de inflación puntuamos bien; en la de ajuste salarial vamos a la cola de la OCDE

- TACHO RUFINO economia&empleo@grupojoly.com

Austedes les pasará lo mismo: salir con treinta euros a tomar algo con su pareja –y no digamos también con sus hijos– es garantía de tarjetazo como complement­o de pago de la convidada; ir al super o al colmado bien puede costarte el doble que hace entre dos años; reformar su cuarto de baño le saldrá ahora por dos ojos de la cara, en vez de uno como en 2021. Este pequeño panorama costumbris­ta se debe a una inflación tan desencaden­ada como el esclavo que rompe en pistolero en la peli de Tarantino, Django: el alza continua e imparable de los precios tirotea y agujerea los bolsillos de la gente de a pie, y a estas alturas del curso acelerado en la materia –a la fuerza ahorcan–, ya ha sido explicado el proceso inflaciona­rio como un sistema de causas derivadas de una primigenia: el alza de precios de la energía, aunque hay otro factor no medido ni bien ponderado como es el clásico pícaro “meter el lápiz” en las facturas, o –me repetiré por enésima vez– por el Efecto Pisuerga: ya que todo sube, voy a ganar yo un buen pellizco extra: “Señora, es que a mí todo me sube también” (y la señora, para sus adentros: “¿Seguro que tanto, granujilla?”). No hace falta ser David Ricardo ni Malthus para reconocer que si los salarios permanecen igual en un proceso inf lacionario, el poder adquisitiv­o de las familias mengua: los salarios nominales no mantienen el ritmo de la inflación. Es ésta, por tanto, una especie de impuesto silencioso: con la misma nómina cada vez se pueden adquirir menos bienes y servicios. Otro tanto pasa con la capacidad de ahorrar.

Recordemos que hicimos un curso exprés más o menos homologado sobre mercados financiero e inmobiliar­io, prima de riesgo y deuda entre 2008 y 2010, y otro sobre epidemiolo­gía –este con menos títulos que una liebre– entre 2020 y anteayer mismo: ahora toca el de inf lación, una variable económica que cogía polvo en los divanes de la política económica occidental desde hace tiempo. Para poner una guinda opinativa a este breviario, diremos que las empresas no deben subir automática­mente los salarios en función del aumento de la cesta de la compra o IPC –el índice con que se mide la inflación a partir de los datos de la Contabilid­ad Nacional–, sino que para no dañarse ni dañar al sistema deben hacerlo en función de sus beneficios. Rebajarlos cuando hay pérdidas es un tabú. Pues bien; en este estado de cosas inestable, la OCDE acaba de publicar su informe Taxing Wages 2023, que relaciona la variación de los salarios brutos y de la inf lación, y, como ratio entre ambos, estima la variación del salario real: para cuánto te da la paga, vaya.

España sale mal parada. Y eso, aun teniendo en cuenta que nuestro país ha lidiado bien con la inf lación del periodo considerad­o –el último calculado oficialmen­te–; en el entorno del 8,5% de incremento de precios, al nivel de Suecia, Alemania o Estados Unidos, algo mejor que Bélgica o Países Bajos, y mucho mejor que los campeones, Turquía (¡73%!) Estonia y Lituania (20% y 19%). Todos mucho peor que los dos campeones de verdad, Francia (5,9%) y Japón (2,3%): el efecto de una energía barata, autónoma... y nuclear. Si en inflación estamos entre los buenecitos de la clase de 38 países ricos (la OCDE), en el ajuste de los salarios a la subida de precios vamos remolones: en ese ranquin de maletas sólo nos superan países como las propias Estonia y Turquía, Grecia o Lituania. La conclusión práctica refrenda el breviario teórico de arriba: el españolito asalariado sufre más que proporcion­almente que sus parientes OCDE. Gana la macroecono­mía (las grandes cifras agregadas nacionales); pierde la microecono­mía (las empresas e individuos). Nuestras empresas no dan para más salarios, porque ganan poco. Una cuestión de valor añadido, sin permiten la puntilla.

Las empresas deberían subir sus salarios según sus beneficios, sin automatism­os

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RAÚL CARO / EFE Enrique Riquelme, segundo por la izquierda, presidente de Cox Energy, junto a autoridade­s en Abengoa.
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