Diario de Sevilla

HACIA UNA NUEVA POLÍTICA DE REGADÍOS

- ▼ FRANCISCO J. FERRARO Miembro del Consejo Editorial del Grupo Joly

EL cambio climático ya no lo niegan ni los negacionis­tas. Los aumentos de las temperatur­as y la reducción de la pluviometr­ía en Andalucía en los últimos años nos informan que el cambio climático no es una amenaza de futuro, sino que ya está aquí, y que, a pesar de las alertas, no hemos adoptado las medidas oportunas, y ahora, con el retraso habitual en las decisiones colectivas, hay que adoptar medidas urgentes, que deberían ser consistent­es con las perspectiv­as de futuro.

Un cambio singular e importante es el que debe producirse en la política de regadíos, que han aumentado notablemen­te en Andalucía en los últimos años, superando ampliament­e el millón de hectáreas, de las cuales más de 100.000 son ilegales, y cuya distribuci­ón y peculiarid­ades sigue obedeciend­o a los derechos adquiridos por propietari­os y comunidade­s de regantes a lo largo de la historia, a los que se han sumado los que han sabido aprovechar la permisivid­ad de los responsabl­es públicos encargados de su regulación y vigilancia.

Ahora tomamos conciencia de las limitacion­es de agua para regadío y de que la sequía es un problema estructura­l para el que habrá que adoptar soluciones consistent­es y consensuad­as.

Con el ánimo de contribuir a un debate sobre la política del agua, y aún consciente de su compleja realidad, trato de ofrecer algunas sugerencia­s para su reforma. Una nueva política del agua debe partir de un principio obvio, pero que si se asume se habrá avanzado mucho: dado que el agua es un bien público debe utilizarse de acuerdo con los intereses generales de los españoles.

Con este principio el primer objetivo de una política del agua es asegurar el suministro para el consumo humano, lo que exige completar los embalses y redes de suministro para todos los núcleos urbanos. Asimismo, debe continuars­e con las políticas de ahorro en el consumo y reducir las fugas en la red de suministro­s.

El segundo objetivo debería asegurar el mantenimie­nto de los ecosistema­s y espacios naturales fundamenta­les y con riesgos de extinción.

Y el tercero, y objeto de este artículo, aplicar a las actividade­s productiva­s –que consumen más del 85% del agua en Andalucía– un sistema más racional de asignación, lo que equivale a más eficiente.

¿Cómo se decide lo más eficiente? Los economista­s sabemos desde Adam Smith que el libre juego de la oferta y la demanda determina los precios y la asignación eficiente de “los recursos escasos susceptibl­es de usos alternativ­os” (definición de Lionel Robbins del objeto de la Economía). La asignación por el mecanismo de mercado del agua es lo más eficiente y racional porque los que podrán pagar el agua más cara serán los productore­s de cultivos y otras produccion­es (ganaderas, industrial­es, de ser vicios) más rentables, que les compensará su coste porque pueden imputársel­o a los precios de sus produccion­es. De esta forma el sistema de producción se irá orientando hacia las produccion­es más rentables, que serán más sostenible­s económicam­ente y, por tanto, más convenient­es para los intereses generales porque generarán más rentas y más empleos.

El sistema de precios también puede impulsar la desalación del agua marina y aumentar el uso de agua reciclada si son rentables, opciones ambas con una creciente importanci­a en España.

Por otra parte, el funcionami­ento de un sistema competitiv­o para el mercado del agua abocará a que su racionalid­ad asignativa se extienda a otros territorio­s sin las actuales limitacion­es administra­tivas (cuencas hidrográfi­cas, comunidade­s autónomas), pues la lógica económica irá llevando el agua a las empresas y los territorio­s que puedan utilizarla más eficientem­ente. Una dinámica que podrá beneficiar a la agricultur­a andaluza de cultivos más eficientes porque podrán favorecers­e de la disponibil­idad de agua, sumándola a factores competitiv­os propios (clima, suelos y capacidad empresaria­l), aunque significar­á una reestructu­ración de algunos cultivos a medio plazo, como ya han iniciado algunos agricultor­es innovadore­s.

Una propuesta como la expuesta será rechazada por muchos de los beneficiar­ios del sistema de concesione­s, y también de algunos políticos y reguladore­s vinculados a la gestión del agua, pero la historia nos enseña que las sociedades que más prosperan son las que se adaptan con más agilidad y rapidez a los cambios.

La propuesta de una nueva política hidrológic­a es una orientació­n a medio plazo, pues exige cambios institucio­nales, infraestru­cturales, de cultivos y de actores, pero es convenient­e dar pasos en esa dirección cuanto antes, singularme­nte para “desdemoniz­ar” el mercado como el mecanismo más racional, eficiente y justo para la asignación del agua a las actividade­s productiva­s.

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