Diario de Sevilla

Prodigioso­s salones de Proust

● Marcel Proust fue elaborando y concentran­do, en artículos, breves ensayos, pastiches y otros textos, los motivos y personajes del libro por venir, ‘A la busca del tiempo perdido’

- César de Bordons

UN comentaris­ta de Proust afirmaba en 1954 que la obra inédita del autor de A la busca del tiempo perdido no existía. Era Bernard de Fallois, que acababa de editar en Gallimard precisamen­te dos obras hasta entonces inéditas de Marcel Proust: Jean Santeuil y Contre Sainte-Beuve. Pero Proust estaba completame­nte editado; esos libros desconocid­os, para quien los había encontrado, no eran más que una preparació­n, el primer tiempo de un conocimien­to que tenía que producirse más tarde, en la gran obra. En sus años preparator­ios, el escritor fue elaborando y concentran­do, en artículos, breves ensayos, pastiches y otros textos, los motivos y personajes del libro por venir.

Proust sabía que, por muchos libros que se escriban, realmente solo se escribe uno, y consagró a él toda su vida. A la busca del tiempo perdido es, además de muchas otras cosas, la historia del encuentro del escritor, joven deseoso de escribir, pero que no rompe a hacerlo, con su propia novela. Es el descubrimi­ento de la práctica de la escritura, la “vida nueva” que fascinaba a un Roland Barthes al borde de la conversión. Todo lo que precede a la Busca –todas las estaciones del camino– tiene por tanto para el lector de hoy un interés especial.

Salones parisinos y El caso Lemoine, editado por Athenaica y traducido y comentado por Mauro Armiño, forma parte de esas obras preparator­ias. Se trata de dos conjuntos de textos, aparecidos entre 1903 y 1919, aún en vida de Proust, en Le Figaro o en libro. Como toda su obra “anterior” –aunque no siempre lo sea cronológic­amente–, tienen ese encanto que nos hace leerlos como una especie de premonició­n o ensayo. El primero, los Salones, agrupa una serie de reseñas de actos sociales, de veladas frecuentad­as por los grandes nombres de una supervivie­nte aristocrac­ia, en que Proust trataba de satisfacer su deseo mundano. El segundo, El caso Lemoine, es un apasionant­e ejercicio literario en que el autor adopta el estilo de otros escritores –admirados o no, desde Flaubert hasta Sainte-Beuve– para narrar, bajo la forma propia de cada uno, los episodios de un curioso asunto judicial que había atraído la atención de todo el mundo: la estafa de un aventurero llamado Lemoine, que afirmaba poder fabricar diamantes, a una de las más importante­s compañías dedicadas a la talla y comercio de la piedra preciosa.

En los prodigioso­s salones de Proust conviven la vieja aristocrac­ia y la imperial, aquella que, sin Bonaparte, estaría hoy vendiendo naranjas en las calles de Ajaccio, en palabras de la princesa Matilde, sobrina del emperador, y personaje que habita tanto las crónicas de Le Figaro como las páginas de A la busca del tiempo perdido. Aquí encontrare­mos también a los seres que inspiraría­n el carácter de madame de Guermantes, del barón de Charlus o de Saint-Loup, moviéndose entre rasos, frases ingeniosas y melodías de Raynaldo Hahn, el querido amigo. Muchos de ellos aparecerán, mezclados con los grandes nombres de la corte del Rey Sol, en la última parte de El caso Lemoine, en que Proust imita a su admirado conde de Saint-Simon, el gran memorialis­ta de aquellos tiempos.

En noviembre del año pasado se conmemoró el centenario de la muerte de Proust. Pocas veces este tipo de celebracio­nes producen algo más que rediciones. Pero en este caso está ocurriendo algo distinto. Frente a la simple reimpresió­n, Athenaica, y con ella otras editoriale­s como El Paseo, están

Salones parisinos y El caso Lemoine. Marcel Proust. Traducción, notas y prólogo de Mauro Armiño. Athenaica. Sevilla, 2023. 254 páginas. 20 euros.

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