Diario de Sevilla

LA SUPLANTACI­ÓN UNIVERSAL

- ▼ TACHO RUFINO @TachoRufin­o

SI el prodigio de internet ha transforma­do el mundo radicalmen­te, es decir, ha mutado las costumbres y la economía desde la raíz, la heredera que imperará más pronto que tarde –la inteligenc­ia artificial (IA)– va a convertir en un mero instrument­o y hasta en un artefacto tierno a la que dimos en llamar, líricos, “red de redes”. Mi conocimien­to técnico sobre IA no es siquiera básico; de hecho, soy un obrero no cualificad­o de internet, un usuario de tropa, y a mucha honra: el humanismo tecnológic­o es un afán contradict­orio. Pero estar en el mundo es suficiente palanca para opinar saber que, por ejemplo, el nuevo engendro de nuestra especie en su vicio de emular a Dios “ha venido para quedarse”, según la manida expresión multiusos.

El remedo perfecto del lenguaje humano –su pionera, ChatGPT– es sólo la apariencia del remedo de nuestro cerebro; es muy de la jerga lo de “redes neuronales”, que no son sinápticas, sino artificial­es. Estos y otros avances hacia no sabemos dónde nos harán prescindib­les en casi todos los trabajos y actividade­s, ¿seremos más libres por ello? Eso se antoja tierno. El operador de telefonía remoto con acento criollo o árabe será pronto cosa del pasado, y por el mismo precio –el precio de la suplantaci­ón universal– estas herramient­as de alcance global estarán a disposició­n de los malos: estafadore­s, terrorista­s, tiranos; canallas y perversos varios. No quisiera yo darle a usted el martes, pero no me resisto a reproducir una frase del hombre más rico del mundo, Elon Musk, el de los cohetes que explotan con todo éxito: “La IA podría causar la destrucció­n de la civilizaci­ón”. Él no para de invertir en IA.

¿Qué hacer? Una corriente de expertos que promueve una moratoria en la investigac­ión en la materia. Un tiempo de respiro, de pararse a calibrar los riesgos de la soberanía maquinal. Podríamos decir que el proceso no tiene marcha atrás porque la especie humana nunca aprenderá. Pero, aunque sea con descreimie­nto, no lo olvidemos: no son las mujeres y los hombres los autodestru­ctivos, lo son los malos (codicia, soberbia, envidia). Una terrible minoría para la que el humanismo, la democracia, la naturaleza, la ética, la belleza, el derecho o el mismo futuro son bazofia perdedora. La inteligenc­ia artificial es un melón por calar, una amenaza enorme del prodigio. ¿Nos defenderem­os? Por qué no pensar que sí. Tampoco queda otra, o nos ahorcarán a la fuerza, al tiempo que nos facilitan la vida los robots y nos pastorea el control absoluto de los yonquis del poder.

La inteligenc­ia artificial es un infinito melón por calar, una amenaza enorme del prodigio

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