Diario de Sevilla

ZAPATONES, ¡ OH MI CAPITÁN!

- ▼ LUIS SÁNCHEZ-MOLINÍ lmolini@grupojoly.com

CON el permiso de Álvarez Junco, yo sí creo en el 2 de mayo. No podría ser de otro modo habiendo servido en Artillería, el arma al que pertenecie­ron el sevillano Daoiz y su compañero Velarde, los dos oficiales que, junto al populacho de Madrid, salvaron el honor patrio en el momento que sus élites, empezando por la propia Corona, chaquetear­on frente al petit corse. Profeso –no me avergüenzo– una suerte de patriotism­o irónico, un tanto contradict­orio y paradójico, y el día de hoy lo celebraré con mi improbable asistencia al acto que anualmente celebra la cañonería sevillana (ahora representa­da por el Regimiento de Artillería Antiaérea 74 del Copero) y la lectura del poema 2 de mayo, de Jon Juaristi, una pieza cachonda e irreverent­e, cuyo tono nos recuerda La venganza de don Mendo, de Muñoz Seca (un autor sin derecho a la memoria histórica), y al “muera conmigo el honor de Palencia” de Esa pareja feliz, de Berlanga. No hay duda de que para querer bien a la patria –y a todo lo importante– hay que tomársela un poco a chota. Lo contrario genera bobos solemnes.

Más allá de chanzas, es curioso que una guerra como la de la Independen­cia –término que se forjó mucho después de concluida– sea tan desconocid­a por los españoles, pese a que una buena parte de nuestros mitos nacionales –2 de mayo, Bailén, Agustina de Aragón, etcétera– tienen su origen en ella. Lo cierto es que la francesada o Guerra del Francés, como les gusta llamarla a los catalanes, fue un conf licto que asoló el país económica, política y demográfic­amente, tanto que perdió la mayor parte de su Imperio. España pasó de ser una potencia en relativa decadencia a un país apestado y excluido del concierto europeo, un parque temático moruno para viajeros con ganas de experienci­as fuertes. La destrucció­n, según algunos historiado­res, fue incluso mayor que la de la Guerra Civil, afirmación que, no se sabe muy bien por qué, molesta a ciertas personas.

Pero hubo una cosa positiva de la Guerra, más allá de la expulsión de los invasores: el nacimiento de una nueva conciencia nacional que es inseparabl­e de la Constituci­ón nacida en Cádiz y de unos liberales que eran la izquierda de ese momento. Sin nación, como decía el otro día José María Marco, no hay democracia (tampoco seguridad social y escuela pública, añado yo). De cómo aquella izquierda que parió la nación española ha devenido en esta otra que habla de “plurinacio­nalismo” y es capaz de pactar con los que quieren destruirla es algo que merece una larga –y probableme­nte amarga– reflexión.

Y viva el honor de Palencia y mi capitán Daoiz, por sevillano buennombre Zapatones.

No hay duda de que para querer bien a la patria –y a todo lo importante– hay que tomársela un poco a chota

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