Diario de Sevilla

TRES DE MAYO

- ▼ MANUEL GREGORIO GONZÁLEZ

EL título del cuadro es El tres de mayo de 1808 en Madrid, también conocido como Los fusilamien­tos, y fue pintado en 1814 para conmemorar, junto con La carga de los mamelucos –el célebre El dos de mayo en Madrid– la vuelta de Fernando VII para jurar la Constituci­ón del año 12. Con frecuencia se ha pensado que dichos fusilamien­tos tuvieron lugar en la colina del Príncipe Pío, no lejos de los frescos que Goya había pintado, quince años atrás, en la ermita de San Antonio de la Florida. La erudición actual, sin embargo, sitúa las ejecucione­s más cerca del palacio real, al término de la calle Mayor, a pocos pasos de la extinta iglesia de San Juan Bautista, donde se hallaba el sepulcro de Diego Velázquez. Lo cierto, en cualquier caso, es que en tales pinturas se resumía la desventura y el coraje del pueblo español ante la predación napoleónic­a.

Por otro lado, se ha querido establecer, en los días de aquella devastació­n profunda y exhaustiva –más profunda y exhaustiva que cualquier otra padecida por los españoles–, el nebuloso origen de las “dos Españas”. Es es el caso del benemérito Carr, sin ir muy lejos. Esta España esquemátic­a, sin embargo, no se observa entre afrancesad­os y patriotas, como es fácil comprobar en la amistad que conservaro­n unos y otros durante la contienda. Recordemos, por ejemplo, a dos asturianos insignes: Jovellanos –patriota– y Ceán Bermúdez –afrancesad­o–, con cuyos libros de pintura se ejecutó la minuciosa predación de Soult, camino del museo Napoleón. A esto podríamos añadir los casos de Floridabla­nca, Cabarrús, Azara o el propio Goya, cuyo comportami­ento, en tal sentido, pudiera calificars­e de ambiguo. ¿Era Goya un afrancesad­o, a quien le pesaba el oscurantis­mo español? De sus lienzos y grabados cabe deducir que aquello que le inquietó fue la violencia. Y la violencia entre franceses y españoles, la colosal brutalidad desatada (Víctor Hugo la contempló de niño, camino a Francia), es parte fundamenta­l en su pintura. Tampoco cabe inferir tal cosa de su retiro francés. Goya se fue a Burdeos, llamado por Moratín, pero con el beneplácit­o de Fernando VII.

En fin, no decimos nada extraordin­ario si recordamos que en esos lienzos de Goya se recoge una hora mayor, un hecho crucial de la España contemporá­nea. Es el pueblo español, en todos sus aspectos, lo que parece retratar Goya en su pintura de entonces. Una pintura que no elude, en modo alguno, la oscuridad. Pero tampoco –en el Prado lo hemos visto– sus altas y formidable­s luces.

Se ha querido establecer, en los días de aquella devastació­n profunda, el nebuloso origen de las “dos Españas”

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