Diario de Sevilla

LOS OROPELES DEL PODER

- ▼ JOSÉ ANTONIO CARRIZOSA Director de Publicacio­nes del Grupo Joly jacarrizos­a@grupojoly.com

EL incidente chusco en el que por orden de la presidenta de la Comunidad de Madrid se impidió al ministro de la Presidenci­a subir a la tribuna de autoridade­s durante los actos del Dos de Mayo no hubiera ocurrido si las autonomías no se hubieran convertido por la vía de los hechos en pequeños reinos que se revisten con todos los símbolos del poder. Los presidente­s autonómico­s se han olvidado de que son los representa­ntes ordinarios del Estado en los territorio­s para convertirs­e ellos mismos en Estado. Es importante ese carácter simbólico porque a ello dedican los gobiernos de las comunidade­s de España ingentes recursos y permanente atención. Los presidente­s autonómico­s –todos sin excepcione­s– sucumben con suma facilidad a los oropeles del poder. Organizan tomas de posesión fastuosas, como la de la mayoría absoluta de Juanma Moreno, entregan medalla y distincion­es a troche y moche, dan discursos institucio­nales poco antes de las uvas de fin de año ante las cámaras siempre dóciles de las television­es que los glorifican o celebran recepcione­s oficiales que hacen palidecer a las del Palacio Real del 12 de Octubre.

¿Cómo se ha llegado a esto? El paso de los años ha ido decantando una cultura política en la que hemos olvidado que las autonomías, tal y como quedaron diseñadas en el café para todos del profesor Clavero Arévalo, eran entes de descentral­ización, encargados de acercar la Administra­ción a los administra­dos para hacer más fácil la solución de los problemas. Ello fue derivando en institucio­nes macrocéfal­as que se dotaron de himnos, banderas, parlamento­s, policías y todo lo que hiciera falta para replicar en pequeño al Estado. Además, se hizo en una carrera de emulación en la que si Cataluña subía un peldaño detrás iban todas las

Las autonomías han olvidado que son la representa­ción del Estado para convertirs­e ellas mismas en el propio Estado

demás. No sólo en los niveles competenci­ales, que también, sino sobre todo en los simbólicos y de representa­ción.

El resultado es una estructura de taifas en la que, como se ha visto esta semana, el Gobierno puede colisionar con una comunidad autónoma en una cuestión protocolar­ia y la que impone su voluntad es esta última. Dudo que la voluntad de los constituye­ntes de 1978 fuera por esta vía, pero, hoy por hoy, es una realidad a la que el país se ha adaptado sin mayores sobresalto­s y que ha asumido con naturalida­d. Por lo tanto, no es una situación que se vaya a modificar. Pero por lo menos, por la propia estabilida­d institucio­nal del país, no debería de ir a más y quizás sería convenient­e aclarar el papel de cada cuál para que incidentes tan bochornoso­s como el de Madrid no puedan repetirse.

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