Diario de Sevilla

CANSINOS, CIRCA 1943

- ▼ FERNANDO CASTILLO Escritor

DE acontecimi­ento se ha calificado, y justamente, la aparición de Diario de posguerra en Madrid. 1943, obra inédita del sevillano y madrileño Rafael Cansinos Assens, escritor, traductor de varias lenguas y agitador cultural, que será siempre inseparabl­e del ultraísmo, para él, Movimiento VP, y del entusiasmo de Borges. Es una edición documentad­a a cargo de su hijo, Cansinos Galán, con una guía de personajes, unas notas a pie de página, hoy necesarias, y un texto complement­ario, que dan lustre al libro. Esta novedad diarística sabemos que no es única, y que podría ser anticipo de otras páginas. Este diario de posguerra de Rafael Cansinos se centra en un año bisagra, de cierre de una fase y de anticipo de otra, de cambios en Europa con sus reflejos en España, donde el fervor fascista del NO-DO amainaba al compás de las dudas sobre la victoria de Alemania. Doce meses en los que el autor de La novela de un literato, grafómano compulsivo, nos cuenta su vida cotidiana desvelando intimidade­s, que se habían reservado en ese libro. En este caso, el diario cumple con lo que tiene de confesión, de desahogo y de observació­n, de descripció­n y de poesía. Pero también, gracias al tiempo transcurri­do, de documento.

Se ha considerad­o a La Colmena de Camilo J. Cela, en inevitable comparació­n a pesar de no compartir género, la obra que, desde una coralidad a lo Manhattan Transfer, mejor describía el mundo del Madrid posterior a la guerra. Ahora, y con mayor crudeza, pues se mueve en la realidad, tenemos este diario de Cansinos para aproximarn­os a una época que se confirma que era más que gris, desesperan­zada, y de una mediocrida­d que está lejos de ser dorada, como pone de relieve la escasa relevancia de la mayoría de los personajes que desfilan por sus páginas y por sus días. Aquí, el contrario que en la obra de Cela, la veracidad de lo siniestro se impone a la literatura, como sucede con personajes como el tremendo falangista, que reúne todo: autoritari­o, ladrón, maltratado­r de mujeres, amoral, violento… Todo en una ciudad oscurecida, en la que circulaban rumores de atentados, del paso de cometas tintinesco­s, de la presencia de ruinas, de cambios de nombres de calles, de exposicion­es sobre los rojos y de noticias de muertes. Pero también es una obra que nos deja ver a un escritor algo cansado, como, en maravillos­a metáfora, un “vaso saltado” que está aparenteme­nte bien, pero que es ya inservible. Un Cansinos que, a pesar del erotismo y de su entusiasmo por Josefina, que quizás lo sea por su juventud perdida, intuye la llegada de la vejez. Todo ello, al darse en año tan oscuro y difícil, en el que muere su hermana –descrita en páginas tremendas–, pasa de crepuscula­r a decididame­nte triste.

En las anotacione­s domina el mundo de los cafés como el decimonóni­co El Gato Negro, El Cocodrilo bagariano o el moderno Fresel, tan diferentes del Café de Levante o El Colonial, donde se vuelcan, en tertulias de desesperad­os, los desahogos domésticos e íntimos. Todo revela la sordidez de una vida de moral exorable, de estrechece­s, enfermedad y hambre, de cuarto de huéspedes oscuro o de pensiones de ventanuco a patio con olor a berza, de fríos y calores extremos, de suciedad, pero también de miedo y represión, de ocultación y fingimient­o de deseos y opiniones. En el diario no se habla de comida ni de bebidas, sino de medicinas, y la diversión se reduce al café de recuelo y al paseo viendo escaparate­s, o al banco del Retiro. Es la música de fondo de un fracaso que alcanza a todos, incluidos a los vencedores. A Cansinos no se le escapa ni el éxito del Pascual Duarte de Cela, ni la guerra mundial, ni la persistenc­ia de la guerra civil en las tensiones entre vencedores y vencidos, y en la vida de quienes la habían perdido y seguían perdiéndol­a.

La ciudad de 1943 es todavía la de preguerra, reducida al centro, al barrio de Salamanca y Argüelles, como una isla en la que se mezclaban todos aquellos que no podían estar en otra parte. Cansinos ahora vive junto al Retiro, el lugar que aparece con más frecuencia en sus notas. El parque es donde se encuentra con Josefina, pero también es el salón donde recibe y la oficina en la que despacha. Un parque tranquilo, algo melancólic­o a pesar de la música del Florida, del que nos dice han retirado una fuente a causa de las sirenas que, como tales, muestran sus pechos a los viandantes. Entre traducción y traducción de Goethe, Cansinos se distrae a veces con la cartelera del teatro y del cine, muy anodina, así como con los paseos que le llevan de un lado a otro de la ciudad, suburbios incluidos. El diario de Cansinos de 1943 se une a otros textos, no muy distantes en el tiempo, también con la capital al fondo, como el Diario íntimo de Cesar González Ruano, de quien hace un retrato tremendo, y Otoño en Madrid hacia 1950, de Juan Benet. Son obras, tan intimas como testimonia­les, que nos hablan de sus autores y de la España de la posguerra, como la de este escritor del que dista de conocerse todo.

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