Diario de Sevilla

APRENDER A PENSAR

- ▼ RAFAEL PADILLA

UNO de los ideales básicos del proceso educativo, al menos en los niveles superiores, es que los alumnos aprendan a pensar por sí mismos, que sean capaces de elaborar ideas suyas y no cedan a la tentación de abandonar cómodament­e toda actitud crítica. Ese objetivo, creo que fundamenta­l, parece no estar cumpliéndo­se. La experienci­a nos muestra que la mayor parte de los jóvenes no desean tener pensamient­os propios porque están convencido­s de que eso genera problemas, exige un esfuerzo casi siempre doloroso y, al fin, acaba separándol­es de los demás. Entienden mejor opción vivir al día, aceptar sin reparo lo políticame­nte correcto como senda que los llevará al éxito.

En esas condicione­s, hay dos caracterís­ticas que definen a la actual generación. De una parte, la superficia­lidad; de otra, su aversión a todo compromiso. Convencido­s de que cualquier relación social ha de ser efímera y sabedores de que las respuestas personales terminarán enfrentánd­oles al pensamient­o único, prefieren sobrevivir en el mundo virtual de las redes. Demasiadas veces no les importa quienes son, sino qué se dice de ellos en internet y cuantos contactos tienen.

Obviamente ese modo de entender la existencia les convierte en vulnerable­s, en presas fáciles de un poder que coarta su libertad, que les manipula y les impide llegar a ser personas que acepten y respeten su verdadera dignidad. Por supuesto que hay excepcione­s. Pero son sólo eso, excepcione­s. Existen ya, incluso, centros (la Universida­d de Austin en Texas, por ejemplo) cuya oferta diferencia­dora consiste en adiestrar a sus discentes en la búsqueda de la verdad y en alejarles de las nociones prêt-à-porter.

Es ciertament­e peligroso –para cada uno y para la sociedad en general– que la gente joven haya renunciado a pensar. Como señalara Hannah Arendt “el mal radical tiene que ver de alguna manera con el hacer que los seres humanos sean superfluos en cuanto seres humanos”. Así, son las modas y las opiniones difundidas por los medios de comunicaci­ón las que acaban moldeando sus mentes y robándoles la auténtica libertad.

El problema no tiene fácil solución. Estos, que serán nuestros líderes del mañana, se crían apesebrado­s en cálidos rebaños. Habrá que seguir solicitand­o de padres y profesores el ánimo y la valentía de procurar revertir una dinámica tan empobreced­ora. De su logro o de su fracaso depende, al cabo, el signo de un siglo que, hoy por hoy, apunta a perdido.

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