CORONACIÓN Y TRADICIONES INVENTADAS
EN las primeras líneas del prólogo de La invención de la tradición – uno de los más interesantes libros de historia que he leído, fundamental para pensar Sevilla y sus fiestas reinventadas o inventadas en el XIX– escribe el maestro de historiadores Eric Hobsbawm: “Nada parece más antiguo y relacionado con un pasado inmemorial que la pompa que rodea a la monarquía británica en sus manifestaciones ceremoniales públicas. Sin embargo, como se explica en un capítulo de este libro [ Contexto, representación y significado del ritual: la monarquía británica y la invención de la tradición], en su forma moderna tal boato es un producto del siglo XIX”.
La coronación de ayer es un elegante y espectacular ejemplo de tradición inventada –y aún más lo fueron los funerales de Isabel II– que transmite una sensación de inmutabilidad y continuidad a través de los siglos articulando elementos antiquísimos –el trono de la coronación de 1296–, antiguos –corona de San Eduardo, orbe y cetro de 1661– o modernos –corona imperial de 1838, primera marcha Pompa y circunstancia de Elgar con el texto Land of Hope and Glory de 1902– en una ceremonia que se desarrolla en la abadía de Westminster des
La coronación de ayer fue un ejemplo del éxito de la invención de la tradición que el historiador Hobsbawm estudió
de 1066, pero cuya puesta en escena no ha cesado de variar a partir de su reinstauración en el siglo XVII tras la dictadura de Cromwell y sus posteriores reinvenciones por la casas de Hannover y Windsor con Victoria como fundamental punto de giro.
Como se propone en este libro la invención de la tradición implica un grupo de prácticas de naturaleza simbólica o ritual que buscan inculcar determinados valores o normas de comportamiento por medio de su repetición para establecer una idea de continuidad con el pasado. Por ello, afirma Hobsbawm, su estudio es tan importante para los historiadores de los dos últimos siglos en los que estas tradiciones sirvieron como puentes entre el Antiguo Régimen y la Edad Contemporánea introduciendo elementos simbólicos de continuidad e inalterabilidad en tiempos de gigantescos cambios provocados por la revolución industrial y las revoluciones políticas.
Ayer lo vimos en la hermosa pompa y –quitando alguna metedura de pata políticamente correcta– la magnífica música (ya podían algunas hermandades nombrar a Carlos III diputado de banda) que matizaban el “hay que cambiarlo todo para que nada cambie” de El Gatopardo introduciendo elementos simbólicos de continuidad en el decaído pero siempre admirable Reino Unido.