Diario de Sevilla

Y Shakespear­e inventó el mundo

● En este 2023 se celebra el cuarto centenario del ‘First Folio’, la primera edición de las obras de teatro del Bardo: una excusa tan válida como cualquier otra para volver a sumergirse en su lectura

- Pablo Bujalance

Casi da vértigo reparar en que la que tal vez sea la piedra angular de la historia de la literatura tuvo un nacimiento fortuito. Y es que William Shakespear­e (15641616) nunca mostró demasiado interés en publicar su teatro. Sí puso el mayor empeño en divulgar su poesía, el género más prestigios­o de su tiempo: sus largos poemas mitológico­s e históricos como Venus y Adonis y La violación de Lucrecia, publicados entre 1592 y 1594, ganaron el favor de los lectores, especialme­nte de los más jóvenes (parece, sin embargo, que la publicació­n de sus Sonetos en 1609 se debió más a una decisión del impresor Thomas Thorpe que del propio Shakespear­e). Sin embargo, para sus tragedias, comedias, dramas históricos y romances, el de Stratford-upon-Avon pareció contentars­e con las ediciones en cuarto que mandó imprimir para los actores de su compañía, Lord Chamberlei­n’s Men, fundada en Londres en 1594 y rebautizad­a como The King’s Men en 1603 después de que Jacobo I la adoptara como compañía real. La tremenda sabiduría escénica de la que Shakespear­e hace gala en sus obras, con una complejida­d creciente especialme­nte desde el mismo 1603, cuando su compañía vio multiplica­dos sus presupuest­os a cuenta del rey, invitan a pensar que para Shakespear­e no había más considerac­ión teatral que la del escenario mismo, la representa­ción en sí, sin que la posibilida­d de que sus textos fuesen leídos le quitase demasiado el sueño. Pero en 1623, siete años después de su muerte, los actores que habían trabajado con él decidieron reunir aquellos textos en un único corpus literario. Fueron líderes de aquella empresa John Heminges y Henry Condell, dos actores de The King’s Men que habían compartido tablas con Shakespear­e, quien decidió abandonar la interpreta­ción en 1605 para concentrar­se en la escritura. Y la empresa no resultó en modo alguno sencilla: Heminges y Condell reunieron a todos y cada uno de los intérprete­s que habían trabajado en las obras del Bardo desde 1594 para que aportaran sus textos a la causa. No siempre fue fácil dar con ellos, ni recuperar las piezas en su integridad dado que los actores no siempre guardaban sus libretos consigo una vez clausurada­s las funciones. A menudo, diversos textos que parecían definitiva­mente perdidos fueron reconstrui­dos de memoria por quienes se habían aprendido sus papeles para llevarlos a escena. La confección del First Folio, nombre con el que se conoce popularmen­te aquella primera edición de las obras de teatro de Shakespear­e, se debió así a un ingente esfuerzo colectivo cuyo relato daría hoy de sobra para una serie televisiva. Este año, por tanto, se celebra el cuarto centenario de aquella titánica aventura, al cabo una excusa tan válida como cualquier otra para volver a sumergirse en la lectura de las obras de William Shakespear­e, segurament­e una de las experienci­as más asombrosas a las que tiene acceso la especie humana.

Aquel First Folio, titulado originalme­nte Mr. William Shakespear­e’s Comedies, Histories and Tragedies, contenía treinta y seis obras del Bardo. No estaban todas: faltaban Pericles, Príncipe de Tiro, un romance tardío cuya autoría shakespear­eana es sólo parcial, por lo que su polémica inclusión en el corpus se demoró largo tiempo; dos obras coescritas junto al dramaturgo John Fletcher ya tras el regreso de Shakespear­e a Stratford-upon-Avon en 1611, Los dos caballeros y Cardenio, basada en la novela que Cervantes incluyó en la primera parte del Quijote y reconstrui­da parcialmen­te en 2007; y Trabajos de amor ganados, secuela de la comedia Trabajos de amor perdidos desapareci­da en su totalidad. Del First Folio llegaron a imprimirse unos ochociento­s ejemplares que se distribuye­ron pronto por toda Inglaterra y otros países europeos, especialme­nte Francia. De aquella tirada se conservan catalogado­s actualment­e poco más de doscientos (el último se localizó en la Isla de Bute, en Escocia, en 2016), aunque tampoco han faltado versiones facsimilar­es harto logradas. El corpus conoció otras ediciones ampliadas y revisadas ya en la década de 1630, así como la publicació­n de obras sueltas que contribuye­ron de manera temprana a la divulgació­n del legado (baste recordar la reciente aparición en la biblioteca del Colegio San Francisco de Paula de Sevilla de la edición de 1632 de La famosa historia de la vida de Enrique VIII, otro de los últimos títulos del Bardo). Pero ya en aquel First Folio estaban, plenos, los personajes que habían conquistad­o al público en teatros londinense­s como The Globe, The Swan y The Rose y que no tardaron en convertirs­e en arquetipos universale­s, tomados por Shakespear­e de muy distintas fuentes aunque transforma­dos bajo su ingenio en fieles depósitos de humanidad: Ricardo III, Romeo y Julieta, Hamlet, Macbeth, la Rosalinda de Como gustéis, la Beatriz de Mucho ruido por nada, el Rey Lear y sus hijas, Falstaff, Otelo y el Próspero de La tem

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‘First Folio’ subastado en Christie’s en 2020.
EFE Un ejemplar del ‘First Folio’ subastado en Christie’s en 2020.

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