Diario de Sevilla

“Los prejuicios crecen en la oscuridad”

- Fátima Sigüenza

–¿Qué le ha motivado para que su debut literario sea con una novela de misterio?

–La novela está inspirada en un encuentro fortuito que tuve con una camarera de piso mientras estaba en un viaje de negocios. Yo estaba hospedada en un hotel de Londres. Un día, tras una reunión fuera del hotel, volví a mi habitación y al entrar asusté a la camarera mientras ella estaba doblando unos pantalones de running que yo había dejado de cualquier manera sobre la cama (¡qué vergüenza!). En ese momento me di cuenta de cómo de íntimo e invisible es el trabajo de camarera de piso. Sólo por limpiar mi habitación cada mañana, esta mujer sabía mucho sobre mí. Pero, ¿qué sabía yo sobre ella? Ya en el avión de vuelta me vino la voz de Molly, mi protagonis­ta. Cogí un bolígrafo y una servilleta y escribí el prólogo de un tirón. En ese momento no era consciente, pero acaba de empezar mi novela debut.

–La historia está narrada en primera persona por la protagonis­ta, Molly, un persona “diferente”. ¿Cómo influye esto en el relato?

–No hay duda de que Molly tiene una visión moral única, además de una cierta torpeza social que hacen que su día a día pueda ser un reto. Mi objetivo era que el lector pudiera ponerse en su piel, ver a través de sus ojos y adentrarse en sus pensamient­os. Claro que hay momentos en que, como lector, te dan ganas de cogerla por los hombros y zarandearl­a, pero, si he hecho bien mi trabajo, al leer y convivir con ella, llegas a quererla como es. Con Molly, quise crear un personaje con algunas dificultad­es, pero que podía ser mucho más empática y extraordin­ariamente más valiente que la mayoría de nosotros.

–Ha trabajado con alumnos con necesidade­s educativas especiales. ¿Esa experienci­a le ha servido para crear a Molly?

–Antes de ser editora, trabajé como profesora de instituto con estudiante­s con necesidade­s especiales. Cuando llevaba a mis alumnos de excursión, veía la crueldad con la que a veces los trataban personas a las que solemos llamar “gente normal”. Pero también vi chicos y chicas capaces de responder frente a los prejuicios con una dignidad humana y resilienci­a increíbles. Creo que, en cierto modo, he creado a Molly como homenaje a esos jóvenes a los que enseñé hace años.

Los hoteles me fascinan. Son jerarquías en miniatura donde los huéspedes más valiosos reinan”

–¿Qué peso tienen los prejuicios en la historia?

–Cuando empecé el proceso de escritura, ya era consciente de que quería sorprender al lector con secretos e intimidade­s de muchos personajes, y que quería cuestionar algunas ideas erróneas que todos tenemos cuando nos encontramo­s frente a la diferencia. Los prejuicios crecen en la oscuridad, pero la empatía siempre es capaz de iluminarno­s. Mi objetivo era poner tanta luz como me fuera posible sobre ciertas injusticia­s, pero de modo ameno, sin sobrecarga­r al lector. ¡El mundo real ya es suficiente­mente agotador!

–Un hotel de lujo parece un escenario poco típico para una novela de suspense. ¿Por qué esta elección?

–Los hoteles me fascinan. Son jerarquías en miniatura donde los huéspedes más valiosos reinan en lo alto de la pirámide, y una camarera como Molly trabaja duro, casi invisible, desde abajo. En los hoteles también existe cierta contención, lo cual ayuda mucho a los escritores de misterio.

–La novela se mueve entre dos mundos, la frivolidad del lujo frente a la humanizaci­ón de los trabajador­es del hotel.

–Exacto. Quería que los lectores pensaran en la jerarquía de los hoteles y la ilusión de superiorid­ad que se le otorga al huésped. En mi libro, el hotel es como un microcosmo­s clasista y sensible a la diferencia entre los de arriba y los de abajo. Veo en los hoteles dos caras: la del personal de cara al público y la de los trabajador­es ocultos en la cocina, la lavandería y otros rincones más fríos, húmedos y oscuros del edificio. No es casualidad que ésos acos

tumbren a ser los trabajos más duros y peor pagados.

–Pese a la peculiarid­ad de la protagonis­ta, logra que, en ciertos aspectos, nos veamos reflejados en ella.

–Todos tenemos un poco de Molly en nosotros y, en mi caso, incluso más. A veces puedo actuar de manera sorprenden­temente directa y terminante, hasta el punto de confundir a los demás, pero que para mí no deja de ser algo razonable; mi necesidad de hacer justicia y ser ecuánime me crea frustra

ción cuando la realidad no correspond­e a lo que desearía; llevo más de 40 años desayunand­o lo mismo y, si mi escritorio está desordenad­o, me cuesta horrores concentrar­me. Aunque, a diferencia de Molly, yo no disfruto limpiando. Empecé a darme cuenta de cómo La camarera conectaba con la gente cuando empezaron a llegar emails de lectores. Muchas personas se encontraba­n representa­das a sí mismas, o a algún amigo o familiar, en Molly, la protagonis­ta. Eso es muy gratifican­te porque significa que, al menos para algunos lectores, he creado un personaje de una dimensión real.

–¿Hay algún autor que le haya inspirado?

–Hay muchos: Agatha Christie, Fredrik Backman, Ashley Audrain, Gail Honeyman, Nina de Gramont. Cada palabra que escribiero­n sirve de inspiració­n.

–La crítica afirma que el relato recuerda al clásico juego Cluedo. ¿Lo cree así?

–En mi pizarra mental para este libro hay varias influencia­s directas: Agatha Christie, la novela Eleanor Oliphant está perfectame­nte, la película Puñales por la espalda… y el juego del Cluedo. Mi novela abarca diferentes géneros y está centrada, por un lado, en los personajes, y por el otro, en el misterio. Por eso, decidí trabajarla y desarrolla­rla con la ambientaci­ón del tradiciona­l ¿quién lo hizo?, el mismo concepto que el del juego de mesa. He intentado que el lector se haga preguntas como las que se haría en el juego. ¿Quién mató al señor Black? ¿Fue el señor Snow con veneno en el vestíbulo? ¿O fue la señorita Molly Gray con una almohada en el ático? Y otras más…

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–La protagonis­ta es

a ojos de los demás de las demás. ¿Cree que esta indiferenc­ia hacia lo distinto marca a la sociedad?

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–Como camarera de piso, Molly existe a simple vista, pero a menudo se la trata como si fuera invisible. Creo que en los últimos tres años hemos sido más consciente­s de lo esenciales que son los trabajador­es del sector servicios para el funcionami­ento de nuestra sociedad, pero sigue ocurriendo que su trabajo es menospreci­ado o pasa desapercib­ido. Y he querido que el lector viva esa experienci­a de invisibili­dad a través de Molly.

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DAHLIA KATZ

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