JOSÉ PABLO Y LA REINA MADRE
UNA amiga y su madre se plantaron ante la tele el sábado, con taza de té en la mano, para asistir en primera fila a la coronación del Rey que casi no pudo ser. La cosa litúrgica de la monarquía inglesa asume sin complejos esos ritos religiosos que, según César Rina, uno de nuestros historiadores de mayor conocimiento sobre nacionalismos e identidades populares –valga la redundancia– son parte también de las parafernalias laicas y republicanas. La grandeur de los franceses y su pompa no tienen nada que envidiar al medidísimo sarao de Westminster con arzobispo de Canterbury incluido. Y por asociación de ideas me han venido los maravillosos cuentos del mismo apellido que el prelado (¿se llaman así los anglicanos, Navarro Antolín?) joya de la literatura inglesa, del siglo XIV y su particular San Millán de la Cogolla. Pero casi al mismo tiempo, contemplando los fastos del, hasta hace nada casi malogrado monarca, quien me vino a visitar es, inevitablemente, nuestro José Pablo Ruiz, teatrero, hombre de cultura y singular comentarista de sociedad hasta antesdeayer como quien dice.
José Pablo es hombre merecidamente querido. Educado, culto, su poco histriónico, pero con freno de mano y meticulosamente prudente con el honor ajeno, especialmente de
los celebritis a cuyas gracias y desgracias ha dedicado una buena parte de su vida profesional. Se jubiló hace no mucho después de lustros, desde los diarios o la radio, de glosar las andanzas de los famosos, ya fueran cantantes, actores, banqueros, misses o miembros de Casa Real. Lo sigo viendo en citas de cultura, no en vano sus pasiones siempre han sido el teatro y el cine desde aquella obra coral, Oratorio, que fue una manera de empezar la transición, un grito de rebeldía, un grito de vida y esperanza también. Con aquellos mimbres, José Pablo se fue haciendo un hueco en la cró
nica amable de los famosos. Se despidió con aquella maravillosa tertulia, Los fantásticos, con Maite Chacón y Carlos Telmo. Qué manera tan inteligente de hincar el bisturí sin que hubiera sangre, la cuadratura del círculo en crónica rosa. Ahora que un modelo con el que nunca comulgué, por muy rojos o gayes que se proclamaran, cae (hablo de Sálvame, sí), bajo otro que tampoco me parece transite con holgura por las éticas periodísticas, pienso con añoranza en José Pablo. Extraordinariamente cauto con la aborigen se soltaba la lengua con la Casa Real británica, con especial cariño –de alguna manera– por aquella Reina Madre de quien se decía se conservaba divinamente gracias a la ginebra siempre a mano en sus modosos bolsitos. Esa Corte siempre nos dio grandes momentos a las muy malas lenguas. Inasequibles a los ruidos y agarrados al boato y al rito. Los Reyes sin la parafernalia serían iguales a nosotros, dijo Shakespeare. Y también lo dijo José Pablo Ruiz.
Los Reyes sin la parafernalia serían iguales a nosotros, dijo Shakespeare. Y también lo dijo José Pablo Ruiz