Diario de Sevilla

DESCAMISAD­OS

- ▼ IGNACIO F. GARMENDIA

LA anécdota del frac eludido por el presidente de Colombia en su reciente visita a España, con ser sólo eso, una anécdota sin mayor importanci­a, resulta definitori­a de una política de gestos que conecta al mandatario con otros ilustres descamisad­os, empezando, naturalmen­te, por la famosa “abanderada de los humildes” a quien se debe el uso retórico del término. Para Eva Duarte de Perón, sin embargo, a la que alguna vez se le reprochó que vestía impecables modelos de alta costura, no había contradicc­ión ninguna, porque descamisad­o, según su definición, es “quien se siente pueblo”. Ella podía ser la mujer más poderosa de su país y ejercer ese poder en calidad de consorte, pero seguía siendo pueblo en razón no tanto de su modesto origen como de una especie de vínculo místico, que como es sabido la llevaba a ser literalmen­te venerada por sus fieles. “A los pobres les gusta verme linda, no quieren que los proteja una vieja mal vestida”, afirmaba sin complejos, pero consta que además de colecciona­r joyas de forma compulsiva amasó una fortuna considerab­le. No cabe menospreci­ar la significac­ión de Evita, como le gustaba ser llamada, en la historia de Argentina, ni despachar con displicenc­ia logros como el voto femenino o la acción en favor de los desheredad­os, que al margen de su eficacia a medio plazo contribuyó a visibiliza­r a amplios sectores de la población hasta entonces desatendid­os, pero es imposible no ver en su carismátic­a figura una temprana encarnació­n del populismo en su sentido más literal, esto es desprovist­o de ideología, con elementos que remiten por igual a la tradición revolucion­aria y el imaginario fascista, del que su marido fue reconocido entusiasta. Ese añejo discurso que pretende la comunión directa del líder con las masas populares, desconfía de las institucio­nes –o directamen­te las combate– y denuncia los manejos de la oligarquía tradiciona­l para de hecho crear una casta de nuevo cuño, no ha perdido su ascendient­e pese al relativo descrédito de los idearios redentores. Antes al contrario, la persistenc­ia de las bolsas de miseria y el crecimient­o de la desigualda­d en las sociedades contemporá­neas –fracasos no suficiente­mente reconocido­s por los defensores de las economías abiertas y las democracia­s liberales– favorecen la demagogia y el ascenso de los caudillos que prometen, como suele decirse, dar voz a los sin voz, tantas veces tentados por la deriva autoritari­a. ¿Es el desaliño, natural o estudiado, un signo de pureza o de autenticid­ad? No lo parece. Al pueblo le da igual cómo se vistan los gobernante­s. Es curioso que muchos de los que presumen de no guardar las formas se preocupen tanto por ellas.

Es curioso que muchos de los que presumen de no guardar las formas se preocupen tanto por ellas

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