Diario de Sevilla

LAS VALLAS GAFES DE BILDU

- ▼ LUIS SÁNCHEZ-MOLINÍ lmolini@grupojoly.com

COMO los ingleses del XIX, los batasunos siempre tuvieron una cierta fijación con Andalucía en general y Sevilla en particular. Colocar aquí su propaganda era su particular pica en Flandes. Andalucía era todo lo contrario de lo que ellos valoraban: mestiza antes que pura, agraria antes que industrial, españolist­a antes que independen­tista... Un viejo chiste abertzale reflejaba su amor hacia los meridional­es: “¿Sabes cuál es el río más largo de la Península Ibérica? Pues el picoleto, porque nace en Andalucía y muere en Euskal Herria”... Risas enlatadas en ETB. Sus hermanos mayores en la fe, los terrorista­s etarras, para demostrar su capacidad operativa en sus mejores momentos, intentaron numerosas veces atentar y sembrar el pánico en Sevilla. Por una mezcla de azar y profesiona­lidad de la Guardia Civil, nos libramos de tener nuestra particular masacre de Hipercor en el parking de El Corte Inglés de la Gavidia durante los prolegómen­os de la Expo. Muñoz Cariñanos y los Jiménez-Becerril no tuvieron tanta suerte.

Hubo una época, cuando el terrorismo era más fuerte y la respuesta civil más débil (habría que hacer una historia del orondo y autosatisf­echo ambiente cultural en esa época), en la que Herri Batasuna llegó a organizar en Sevilla algunos mítines para apoyar sus candidatur­as electorale­s. Contaban con el apoyo de los grupúsculo­s de la extrema izquierda sevillana del momento. Porque, por mucho que las cabezas más perezosas siempre calificaro­n a ETA y su entorno de “fascistas”, los apoyos nacionales e internacio­nales del terrorismo independen­tista vasco siempre procediero­n de la izquierda (y no sólo de la extrema). Si aquellos mítines y akelarres abertzales en Sevilla naufragaro­n se debió en gran parte a la acción de jóvenes estudiante­s que se encargaron de su boicot.

Más conocido fue el incidente de la ceremonia de inauguraci­ón del Mundial de Atletismo de 1999, cuando los del lauburu colaron en el escenario del Estadio de la Cartuja aquellas falsas giraldilla­s con los carteles a favor de los “presos vascos”. A muchos nos sorprendió de vacaciones, en alguna lejana playa bebiendo copas, y aquellas imágenes de los muñecotes filoetarra­s mezclados con los cantantes de Siempre Así nos dejó una profunda sensación de irrealidad.

Lo último, ya lo saben, es lo de las vallas gafes de Bildu animando al Osasuna durante la final de la Copa del Rey en la Cartuja. Cosa menor. Más un chincharra­biña que otra cosa. ETA ha sido derrotada y el nacionalis­mo vasco ha vencido, como preveía el guion de Arzallus. A mí, sinceramen­te, los carteles no me molestaron gran cosa. Desde luego –llamadme antisanchi­sta– no tanto como cada vez que veo al Gobierno negociando y buscando el apoyo de los herederos de ETA. Eso sí es un asco. Y grande.

Más que los carteles del Osasuna, lo triste es ver al Gobierno apoyándose en los herederos de ETA

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