OBRAS SON AMORES
NO me refiero en esta ocasión a obras de hormigón y asfalto, aunque las infraestructuras de todo tipo que tanto necesitamos, carreteras, trenes y metro, debemos reclamarlas e insistir en que son imprescindibles. Ahora que la plaga de los siete años de sequía, los de las vacas flacas que decía la Biblia, nos atosiga en gran parte por falta de mejoras en la distribución de aguas a todos los niveles y por falta de aplicación de los avances en el regadío, que existen. Y sobre todo por carencias en la depuración de las aguas. Estén seguros que antes o después terminaremos todos viviendo en ciudades y que la depuración y reutilización de los vertidos es algo esencial. Un querido amigo, que durante años se había dedicado a la construcción de obras públicas, en su mayor parte presas y depuradoras, me contaba que le enorgullecía haber participado en una ciudad con ciclo cerrado del agua, es decir que las aguas que se vertían después de la depuración fueran potables y se podían volver a utilizar si fuera necesario. No es utopía, pregunten en alguna ciudad del norte de España. Como en tantas cuestiones la clave es no estancarse, ya que hablamos de aguas.
Pero no era de esas obras de las que quería hoy escribir, sino de las que evoca la conocida frase obras son amores y no buenas razones. Que resuena en nuestros recuerdos colegiales y que los diccionarios aclaran su significado como que, en cuestiones de amores, conviene dar pruebas a la per
Sigo pasando a menudo por la calle Regina y no tiene las mismas tiendas de mi infancia
sona amada del afecto que se siente y en un sentido general se refiere a los que hablan mucho pero luego nada hacen o no cumplen lo prometido. A ese sentido es al que quiero referirme cuando, por ejemplo, leo quejas sobre que algunos comercios que llaman tradicionales han cerrado. También podría decirse anticuados o que no han superado el relevo generacional, porque tradición es la trasmisión de costumbres generación tras generación, de padres a hijos como comprobamos en nuestras fiestas locales y creo que no es aplicable directamente al comercio. ¿O es que nuestros hijos compraban en su mayoría en almacenes Pueyo o en el bazar Victoria por citar algunos ejemplos? Sigo pasando a menudo por la calle Regina y no tiene las mismas tiendas de mi infancia, faltaría más, pero sigue uniendo la plaza de atrás de la Encarnación con San Juan de la Palma y da pruebas de vitalidad en la renovación de sus negocios. Por cierto, me detengo en esos paseos en los escaparates de la Cuchillería Regina como cuando era un escolar fascinado por las navajas de todo tipo que se exponían. Allí sigue, siempre igual y diferente, supongo que con compradores nuevos, que encontrarán los cuchillos y tijeras que necesitan. Otro ejemplo es el de los bares sevillanos que venden cerveza y que se consume en muchos casos en las aceras, como Casa Vizcaíno o Casa Coronado, obsérvese la familiaridad de los nombres, que se mantienen en auge porque la fidelidad y número de sus clientes y parroquianos los hacen viables. A Dios rogando y con el mazo dando.