Diario de Sevilla

Coro de rubias para Gambrinus colgado

El número 105 de ‘Cuadernos de Roldán’ está dedicado de forma monográfic­a a la cerveza, dedicado a Carlos Becerra y se presentó en un auditorio inédito: Casa Vizcaíno

- Fcorreal@diariodese­villa.es

DE París a la calle Feria, paralela con los Cien Mil Hijos de San Luis. Cuadernos de Roldán dedicó su número 104 a la capital francesa, en el corazón de los Cahiers de Cinemà de Godard y Truffaut, y el número 105 a la cerveza, para lo que consiguier­on convertir Casa Vizcaíno el pasado 17 de abril, en puertas de la Feria, en un selecto auditorio literario. 501 es una marca de coñac pero su capicúa es este 105 dedicado al dorado néctar de las tabernas.

La portada del cuadernill­o o zaquizamí es un dibujo cervecero realizado por Carlos Becerra Luna. El número entero está dedicado a su padre, Carlos Becerra Márquez, alma de esta tertulia de bohemios tabernícol­as. Malagueño de Arriate, como su hermano Rafael, un profesor de Filosofía que con los también docentes Cristóbal Aguilar, pintor que hizo de Ronda su Versalles, y José Luis Puerto, salmantino trasegado al sur, formó parte del claustro del instituto Bécquer, en el Tardón, y del equipo de los fundadores de Cuadernos de Roldán, que celebraron en el Alcázar cuando llegaron al centenar de números.

En los palacios y en las tabernas, ningún espacio les resulta ajeno. En su devenir trashumant­e por bares de la ciudad, su último apeadero ha sido el bar Dueñas, junto al palacio ducal del mismo nombre donde vino al mundo Antonio Machado.

En preludios de manzanilla, fueron convocados en el Vizcaíno para glosar las virtudes de la cerveza. Las camisetas de los camareros dicen que este clásico de la calle Feria, junto a la plaza de Montesión, data de 1936. “Dicen que ya estaba abierto en 1934, pero no hay documentos que lo acrediten”, dice uno de los camareros. Y eso que Casa Vizcaíno está junto al Archivo de Protocolos.

El número 105 de Cuadernos de Roldán lo ha coordinado Isabel María González Muñoz, que firma el primero de los poemas, titulado Entre cervezas y cuadernos y dedicado “a Carlos Becerra, que me apadrinó inquilina en 1992”. “… nos unieron los pupitres y las tizas”, escribe insinuando una afinidad vocacional y profesiona­l con la enseñanza, aulas desde donde pasaron a compartir “sueños de una Alameda apócrifa”. Se acompañan estos versos de un retrato de Carlos Becerra Márquez al natural hecho por su hijo, que estudió Bellas Artes.

Juan Carlos León se remonta a Publio Cornelio Tácito para encontrar referencia­s a la cerveza. “¡Viva la Cierva!”, titula su texto, y no por el inventor del autogiro o el historiado­r que fue ministro, sino por la etimología cervecera,

“fuese el color del pelaje rubio de los cérvidos al coincidir con el color tostado de aquella bebida de cereales fermentado­s por pueblos germánicos”.

Hay quien encuentra la cerveza en el libro de los Muertos egipcio (Manuel Castillo Martos). Este Cuaderno se presentó poco antes de Feria, pero remite a la cuaresma: “¿Y Sevilla? La fábrica Cruz del Campo en 1904 se ubicó donde terminaba el Vía Crucis, que originó la Semana Santa actual”. “Rubia explosiva” la llama Manuel Ortiz. En este número también han colaborado Juan Masero Flores y José Lebrato Martínez, que fue profesor en el san Isidoro y aporta una fotografía publicada a doble página. Se titula La última, está fechada en 2003, hace ya dos décadas, y en ella aparece Pepe Cala con otros tres parroquian­os dando cuenta de una caña de cerveza en la puerta de Vizcaíno. Ese año no salió la Amargura el Domingo de Ramos, allí al lado, por culpa de la lluvia. ¿Quién la pillara entre tanta rubia?

Hay varias evocacione­s de La Palma de Oro de Rafael, “sacristía profana”, detrás de la Casa de las Sirenas, junto al antiguo cine Ideal, la taberna donde homenajear­on a José Saramago porque por mucho que lo diga el callejero por aquí el hombre no es de piedra.

Botellines pintados por Carmen Mogollo, brisas de cebada en el pincel de Marina López Melero. “Rubia o morena / suave o entera…”, disyuntiva­s que plantea en sus versos Maritxé Abad i Bueno. En el bar Dueñas hay un cartel del campeonato del mundo de ajedrez que en 1987 disputaron Karpov y Kasparov en el teatro Lope de Vega. Ana Llorca, sustancia viva de esta Canción de Roldán sin Roncesvall­es, completa la partida: “Son los estilizado­s botellines / torres, reina, alfiles y peones, / que van sin gambita cayendo / hasta llegar al jaque mate sin remedio”.

Templete titula su poema Manuel Rámila, junto a un simio pintado por Manuel García Rodríguez que brinda con un albornoz sellado por el escudo de la Cruzcampo. “Ah, mi buena cerveza. Mi amor por ti nunca morirá”, cita a Homer Simpson antes de hacer la carrera oficial por los “templos cerveceros del Jota, La Mina, Candilejo, Pepe Yebra, Coronado, Vizcaíno, Tremendo, Virgen de los Reyes, San José, La Fresquita, Ventura…”.

Préstamo de uvas de Osorno para el racimo cervecero de Carolina Abadía: “Y si llegábamos tarde / no se nos hundía el mundo / porque la tristeza aún no era nuestra”. Dos páginas para el apellido Cooper. Coral Cooper mira allende al ámbar cristalino de un vaso “con el tiempo desbordado / en memorias infinitas / de Abelardos y Becerras” que iban “de Alameda en Alameda”, eminencias de la Filosofía en las aulas y en la calle, en el ágora del bar. “Y los Hércules de piedra / me miraban asombrados / escuchando aquel bolero, / que yo pervertía en tango”. Y Manuel González Cooper le pone colores a la Flor de lúpulo.

Cerveza con poesía de José Luis González Cáceres, “una cerveza, una tapa, / una sonrisa, un consenso”. ¿Quién da más? Pablo Naranjo repasa los soportes y tamaños: caña, tanque, maceta, botellín, tercio, litrona, cortaíta… “que sería de nosotros sin la más fresquita”.

La fórmula de la levadura de Santiago Aguaded junto a los gránulos de Manolo Cordero. Brindemos, titula su ilustració­n Sofía Díaz Ramírez. “No es bebida, es poesía”, dice Fermín Cabanillas. “Esto es cerveza (bien fría) y quien la probó, lo sabe”. Frenesí espumoso en unos versos de Izamar O. Caraballo junto al dibujo marveliano de dos hombres-botellín (Sara Muñoz Besance).

Viaje a lo Julio Verne en cervezas “desde Brujas a Milwaukee; desde Praga a Sapporo” con Ramón Rodríguez Aguilera (“las penas huyen de mí; en ti la vida se alarga”. Escalas en el callejón del Agua, a los pies de la Giralda, trazada por Felipe Coca. Rascacielo­s de Chicago dibujados por Santana junto a los versos de Francisco Gallardo, La rubia de mi vida. “Más de treinta años llevo arriba colgado”. Llanto del Gambrinus colgado titula Alberto Arricruz su cuasi epitafio por el símbolo recreado cual equilibris­ta por Delgado Salas. Susi la Bronce cierra el poemario de esta musa rubia y negra. Cuaderno que se presentó en Vizcaíno, donde sirven cerveza con maestría y tizas sin pupitre Antonio y Curro, camareros de Feria y de la Judería respectiva­mente. Trienios de cerveza.

Se citan precedente­s egipcios, romanos y monacales de la cerveza

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VICTORIA HIDALGO Antonio y Curro, camareros del Vizcaíno, junto a una caña y un ejemplar de ‘Cuadernos’.
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