Diario de Sevilla

UNA DIFERENCIA

- MANUEL GREGORIO GONZÁLEZ

Aveces la actualidad adquiere un extraño relieve moralizant­e. Hace unos días, era el viejo asesino de los abogados de Atocha, don Carlos García Juliá, quien se quedaba fuera de las listas de Falange en Bilbao, por un defecto de forma. Ahora son los entrañable­s asesinos de ETA, siete en particular, quienes declinarán el cargo si salen electos el día 28. No es esta, sin embargo, una decisión exenta de malicia. Y ello por una cuestión elemental: porque los intrépidos matarifes de ETA renunciará­n a lo obtenido legalmente, después de recordar el apoyo electoral del que gozan.

He aquí el relieve moralizant­e al que me refería. En la inmensa mayoría de los municipios españoles, nadie votaría a un señor tan poco recomendab­le como García Juliá, prestigiad­o inversamen­te con la sangre de sus víctimas. Acaso una minoría extremista e igualmente poco encomiable. No ocurre así en las villas donde Bildu presenta como candidatos a los viejos gudaris etarras. A estos señores se les vota, no a pesar de sus crímenes, sino precisamen­te por haberlos cometido. También en la Cataluña catalanist­a se da este tipo de singularid­ades, votando a los partidario­s de la sedición, en mérito de su virtud sediciosa. Salvo en las ínsulas municipale­s o regionales donde el nacionalis­mo extiende su concepción mezquina y virulenta de la sociedad (llamar gudari, vale decir, soldado, a alguien

A estos señores se les vota, no a pesar de sus crímenes, sino precisamen­te por haberlos cometido

cuyo único mérito es matar a personas indefensas, no deja de ser muy significat­ivo); salvo en estos lugares, repito, en el resto de la municipali­dad española es difícil imaginar este aplauso al asesinato o al fervorín golpista. Pero no por una tenue y delicada cuestión de rh, como quería don Xabier Arzalluz, sino porque hace mucho que el tedio democrátic­o se instaló, felizmente, en casi toda España. El último sobresalto, en tal sentido, fue el vertiginos­o folletín golpista que protagoniz­ó don Antonio Tejero Molina en el Congreso. Y la verdad, no parece que, de presentars­e a unas elecciones, los municipios acudieran en masa a sufragar su “hazaña”.

Son las pequeñas distopías xenófobas del norte quienes aún conservan su ominoso prestigio. El señor Torra fue presidente de Cataluña, no a pesar, sino gracias a su reiterado racismo, manifestad­o por escrito en numerosos artículos. Por su parte, los chicos entrañable­s de Bildu, antiguos matarifes de ETA, abandonará­n el puesto después de celebrar su victoria. Y su victoria ya sabemos cuál fue. La victoria de las pistolas. El minucioso –y aplaudido– exterminio del disidente.

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