Diario de Sevilla

ALCANZAR A LOS MUERTOS

- ENRIQUE GARCÍA-MÁIQUEZ

ME ha alcanzado el último libro de poemas de Álvaro Petit (Bilbao, 1991) cuando más falta me hacía. Se titula Lograr el amor es alcanzar a los muertos, lo ha publicado en la sevillana editorial Siltolá y se acoge a la muy española tradición de poemas escritos a raíz (nunca mejor dicho) de la muerte del padre. La elegía filial es un subgénero en sí mismo, cuya abundancia, fecundidad y modernidad me sorprendie­ron vivamente cuando hice la antología Tu sangre en mis venas (Renacimien­to, 2017) de poemas al padre.

Por suerte mi padre está mejor que nunca, pero me hacía falta el libro de Petit por razones generales. Tras el fallo del Tribunal Constituci­onal sobre el aborto, se ha visto claro que los poderes del Estado amoldan el Derecho y la conciencia a lo que convenga en cada momento al poder, sin que importe el texto de la ley ni la naturaleza de las cosas. Los terrorista­s campando por sus respetos en las listas electorale­s de Bildu me han desanimado mucho como signo definitivo de la decadencia de nuestra democracia, incapaz de sostener siquiera su propia dignidad elemental. Las mentiras políticas muestran la irresponsa­bilidad de hacer campañas a base de promesas que no cumplirán jamás y lo saben y saben que lo sabemos. En el ámbito más privado también se ha impuesto un relativism­o absoluto, y el bien y el mal han dejado de ser puntos orientativ­os. Parece que no hay ningún límite ni jurídico ni político ni moral al desbordami­ento del cinismo y del interés.

En estos poemas se recupera un referente muy hondo. La mirada del padre ausente sobre nuestra vida. Su ejemplo como eje: “Ya no es tuya sino nuestra/ la muerte que has dejado. /…/ Ya no es tuya, sino nuestra/ la vida que has dejado”, se redobla. La conciencia propia se asienta en esa figura. Exclama Petit: “¡Padre, que me perteneces y te pertenezco; que o me llevas y te llevo, o me matas y te mato;/ que, si tú eres abismo, yo debo ser salto!”. Qué sorpresa encontrars­e con la seriedad de un deber ser.

Casi a la vez recibí la carta de un lector de mi último libro que finalizaba sus matizadas observacio­nes con un inesperado: “Y qué contenta tiene que estar tu madre”. Eso, que, por cierto, estaba muy bien visto, justificab­a el libro nuevo. Entre Álvaro Petit y su padre y entre mi madre y yo, les animamos a medirse con la memoria de sus mayores difuntos. Si el mundo se derrumba o reblandece, ellos nos sostienen en el salto.

Nos dejan sin referentes, pero siempre tendremos el ejemplo moral de nuestros difuntos más amados

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