LA RESTAURACIÓN DEL REINO
CUALQUIER viajero perspicaz advierte enseguida que la Baja Extremadura es una Andalucía con un punto más de dureza. Al sur del Guadiana, el paisaje urbano y humano, incluso las dehesas y sembrados, adquieren unas formas más rígidas. Si nos pusiésemos orteguianos diríamos que Badajoz es una Andalucía despojada de feminidad.
Recientemente, Feijóo despertó cierto revuelo mediático al confundir en un mitin a Badajoz con Andalucía. Sin embargo, el yerro es más que disculpable. En todo caso, hubiese sido más elegante y culto identificar Badajoz con el Reino de Sevilla, cuyo primer milenio se celebra estos días con la más absoluta frialdad por parte de las autoridades, no así del entusiasta grupo de profesores agrupados en La Asociación Milenario del Reino de Sevilla. No pocos municipios del sur de la actual provincia Badajoz pertenecieron a este reino fundado en 1023 por los literaturizados Al Mutadid y Al Mutamid y que llegó a su máxima expansión con Alfonso X. La verdadera Historia de España –esa que desconoce Sánchez– no es plurinacional, sino plurirreinal (perdón por el palabro). Felipe VI es rey de España porque previamente lo es de Castilla, León, Aragón, Navarra, Granada, Jerusalén, Toledo, las Dos Sicilias, Valencia, Galicia, Mallorca, Menorca, Sevilla, Cerdeña, Córdoba, Murcia, Jaén, Los Algarves, Algeciras, Gibraltar, las islas Canarias, las Indias Orientales y Occidentales y las Islas y Tierra Firme del Mar Océano. También, por mucho que le duela al PNV, don Felipe tiene títulos menores como el de señor de Vizcaya y de Molina. Eso sí son leyes viejas y no el euskera batua.
La ordenación provincial de 1833 tuvo ciudades triunfadoras y ciudades perdedoras. Huelva, por ejemplo, salió ganando; Sevilla, sin embargo, dio un paso atrás y, de ser orgullosa cabeza de un reino, quedó en simple capital de provincia f laubertiana a la que, entre otras cosas, se le negó el mar, aunque con la crueldad de que casi lo roza en su extremo sur, cuando el Guadaquivir está a punto de encontrar su manriqueña muerte. ¿Qué le habría costado al afrancesado Javier de Burgos haber dejado a la tan sevillana Sanlúcar de Barrameda en la jurisdicción hispalense? La capitalidad de una autonomía donde no se nos quiere como tal nunca nos podrá resarcir de tanta pérdida. De ser candidato municipal yo exigiría a Madrid la restauración del Reino de Sevilla, con su costa, su sierra y su campiña, sus bandas gallega y morisca. Y, por supuesto, con sus territorios extremeños. Se podría montar un partido reunificacionista, como el que existe en Puerto Rico para devolver la isla al seno de la Madre Patria, si es que queda algo.
La ordenación provincial de 1833 tuvo ciudades ganadoras y ciudades perdedoras. Sevilla fue de las segundas