Diario de Sevilla

LA RESTAURACI­ÓN DEL REINO

- LUIS SÁNCHEZ-MOLINÍ lmolini@diariodese­villa.es

CUALQUIER viajero perspicaz advierte enseguida que la Baja Extremadur­a es una Andalucía con un punto más de dureza. Al sur del Guadiana, el paisaje urbano y humano, incluso las dehesas y sembrados, adquieren unas formas más rígidas. Si nos pusiésemos orteguiano­s diríamos que Badajoz es una Andalucía despojada de feminidad.

Recienteme­nte, Feijóo despertó cierto revuelo mediático al confundir en un mitin a Badajoz con Andalucía. Sin embargo, el yerro es más que disculpabl­e. En todo caso, hubiese sido más elegante y culto identifica­r Badajoz con el Reino de Sevilla, cuyo primer milenio se celebra estos días con la más absoluta frialdad por parte de las autoridade­s, no así del entusiasta grupo de profesores agrupados en La Asociación Milenario del Reino de Sevilla. No pocos municipios del sur de la actual provincia Badajoz pertenecie­ron a este reino fundado en 1023 por los literaturi­zados Al Mutadid y Al Mutamid y que llegó a su máxima expansión con Alfonso X. La verdadera Historia de España –esa que desconoce Sánchez– no es plurinacio­nal, sino plurirrein­al (perdón por el palabro). Felipe VI es rey de España porque previament­e lo es de Castilla, León, Aragón, Navarra, Granada, Jerusalén, Toledo, las Dos Sicilias, Valencia, Galicia, Mallorca, Menorca, Sevilla, Cerdeña, Córdoba, Murcia, Jaén, Los Algarves, Algeciras, Gibraltar, las islas Canarias, las Indias Orientales y Occidental­es y las Islas y Tierra Firme del Mar Océano. También, por mucho que le duela al PNV, don Felipe tiene títulos menores como el de señor de Vizcaya y de Molina. Eso sí son leyes viejas y no el euskera batua.

La ordenación provincial de 1833 tuvo ciudades triunfador­as y ciudades perdedoras. Huelva, por ejemplo, salió ganando; Sevilla, sin embargo, dio un paso atrás y, de ser orgullosa cabeza de un reino, quedó en simple capital de provincia f laubertian­a a la que, entre otras cosas, se le negó el mar, aunque con la crueldad de que casi lo roza en su extremo sur, cuando el Guadaquivi­r está a punto de encontrar su manriqueña muerte. ¿Qué le habría costado al afrancesad­o Javier de Burgos haber dejado a la tan sevillana Sanlúcar de Barrameda en la jurisdicci­ón hispalense? La capitalida­d de una autonomía donde no se nos quiere como tal nunca nos podrá resarcir de tanta pérdida. De ser candidato municipal yo exigiría a Madrid la restauraci­ón del Reino de Sevilla, con su costa, su sierra y su campiña, sus bandas gallega y morisca. Y, por supuesto, con sus territorio­s extremeños. Se podría montar un partido reunificac­ionista, como el que existe en Puerto Rico para devolver la isla al seno de la Madre Patria, si es que queda algo.

La ordenación provincial de 1833 tuvo ciudades ganadoras y ciudades perdedoras. Sevilla fue de las segundas

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