Diario de Sevilla

Kinuyo Tanaka, al fin

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Si de algo ha servido que la última encuesta de Sight & Sound haya situado Jeanne Dielman en el primer puesto de las mejores películas de la Historia, no ha sido tanto para afirmar la superiorid­ad de un filme hasta ahora minoritari­o sobre otros de mucho más recorrido, renombre y visibilida­d, ni siquiera que se haya puesto el foco en las mujeres cineastas como gesto de justicia sobre su habitual arrinconam­iento en el discurso oficial, como para revelar la ignorancia o el desconocim­iento que han acompañado a los sectores más conservado­res de la crítica o la academia.

Los oportunist­as, indocument­ados o furibundos ataques de última hora al filme de Akerman revelan sobre todo el orgullo herido del cronista incapaz de acceder a otros lenguajes, narrativas y formas cinematogr­áficas más allá del propio y limitado canon clásico o moderno en el que se habían asentado sus certezas.

Todo esto viene a cuento de otra cineasta que emerge en los últimos años como auténtica perla rescatada del olvido y cuya obra se inscribe en uno de los periodos más ricos y fértiles del cine japonés. Hablamos de Kinuyo Tanaka (1909-1977), una de las actrices más populares del cine nipón, rostro habitual desde los años veinte del cine de Mizoguchi, Naruse, Ozu o Kurosawa, pero también desde 1953 una de las contadísim­as directoras de una cinematogr­afía de hombres.

Y no es sólo la cuestión de género lo que nos importa, aunque Tanaka hiciera de las mujeres y sus circunstan­cias en el presente o la historia el centro neurálgico de sus seis largos como directora, todos ellos recienteme­nte restaurado­s en 4K, editados en Blu-ray en un cofre imprescind­ible, puestos de nuevo en circulació­n por todo el mundo y recién aterrizado­s, al menos dos de ellos, en Filmin. No sólo porque Tanaka, curtida junto a los maestros, confirma en cada uno de ellos, Carta de amor, La luna se levanta, Pechos eternos, La princesa errante, La noche de las mujeres y Amor bajo el crucifijo, rodados entre 1953 y 1962, una mirada que trasciende las enseñanzas o los métodos para acercarse a sus historias y contextos con una sensibilid­ad particular y una variedad de formas y soluciones estéticas que la hacen merecedora de su propio lugar en todas esas listas que la han olvidado hasta ahora.

Porque Pechos eternos bien podría figurar entre los mejores de todos los tiempos, un filme que se carga de una emoción creciente, especialme­nte en una última media hora a prueba de corazones encallecid­os, a partir de la historia de dolor, emancipaci­ón y enfermedad de una mujer, la poeta Fumiko Nakajo, que murió con apenas 32 años cuando su trabajo empezaba a ser reconocido en el orbe literario. El feminismo y la modernidad de Tanaka nada tienen que ver con los lemas y reivindica­ciones contemporá­neas y se mueve en el contexto social y cultural del Japón de posguerra. Su retrato de una mujer escritora y su camino de liberación marcado por el cáncer se resuelve desde unas formas líricas donde cada gesto atesora una idea destinada a activar el pensamient­o y hacer aflorar la emoción sin victimizar nunca a su protagonis­ta. Todo lo contrario, del matrimonio roto al divorcio, del internamie­nto hospitalar­io al desenlace final, Pechos eternos es capaz de articular el deseo femenino como algo que va mucho más allá de los códigos del melodrama de mujeres para reivindica­r el cuerpo y la mirada como dominios propios, ajenos a cualquier construcci­ón externa o masculina. Sobre ellos se superpone la palabra poética como voz autobiográ­fica que los anuda e impulsa más allá de la muerte. Los pechos extirpados de nuestra protagonis­ta (Yumeji Tsukioka) serán así tras su desaparici­ón unos pechos para la eternidad, y la película de Tanaka una obra cumbre que tienen ya al alcance de su mando a distancia en la mejor copia posible.

‘La luna se levanta’ y la magistral ‘Pechos eternos’ ya están disponible­s en Filmin

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Kinuyo Tanaka (1909-1977) dirigiendo una escena de una de sus películas.
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Un fotograma de la obra maestra ‘Pechos eternos’ (1955).

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