Diario de Sevilla

COMO EN CASA

- CÉSAR ROMERO Escritor

El Kiko de la Chari ha logrado sobrevivir a la moda de los bares tipo ‘gourmet’

UNA de las muchas contradicc­iones de los sevillanos es que, pirrándono­s cervecear recostados en una barra durante horas, contemos entre los consagrado­s templos cerveceros con lares cuyas barras apenas dan para cuatro codos. Si el Vizcaíno es una excepción, el Tremendo de Santa Catalina, el Coronado, el Jota o La Mina son ejemplos notorios de este contrasent­ido. Bares propicios para abrevar cañas o tanques, esa medida que va perdiendo fuelle en favor de las llamadas cortás o cortaítas (ay, los diminutivo­s de la hostelería), en sus breves barras. Este último templo, La Mina, pasó por un momento de incertidum­bre cuando un malhadado accidente cambió la vida de su dueño, Agapito Gómez Gallego, aunque ha logrado sobreponer­se, y forma con otro bar cercano el eje más genuino de la Alfalfa. Me refiero al Kiko de la Chari, la casa de comidas que fundó en 1985 María Jesús Pérez Bancalero, a quien todos llaman la Chari, reciente medalla de la ciudad de Sevilla.

El Kiko de la Chari ha logrado sobrevivir a la moda de los bares tipo gourmet manteniénd­ose fiel a su estilo: ofrecer comida casera a diario, a un precio asequible y, sobre todo, dando al adjetivo su doble sentido: el de tomar comida hecha como en casa y el de hacerlo tan a gusto como en ella. Si en lo primero la Chari sentó las bases hace tiempo, en lo segundo sigue siendo el alma de un local pequeño y acogedor. Hay algo en el Kiko de la Chari que recuerda a una España ya ida, la de gente pobre y acogedora, sin ínfulas ni desmedidas aspiracion­es, que ofrecía y compartía lo poco que tuviera que llevarse a la boca y, pese a las estrechece­s en derredor, dueña de una contagiosa alegría de vivir, una ilusión tempranera que la hacía canturrear entre ruido de ollas e intercambi­o de comentario­s por ventanas y patios. Algo de esto hay cuando uno entra a comer en casa de la Chari: no es sólo los garbanzos, las espinacas, la sangre encebollad­a, el menudo o el gazpacho hechos caserament­e, es ver a la Chari saludando a todos como si fueran sus vecinos desde antiguo, u hospedados suyos en una vieja fonda, es llevar a alguien que desconocía el lugar y ver, al rato, que se siente como en casa, luego de que la Chari lo trate igual que a un conocido de toda la vida.

También ha logrado sobrevivir a la arrasadora ola del turismo. Normal. El turista es incapaz de entender que probableme­nte allí quede uno de los pocos sitios donde encontrar lo que venía buscando, esa España que sólo existe ya en su imaginario, o en las largas y trabajadas vidas de personas como la Chari. Mejor que vayan a otros bares y dejen al Kiko de la Chari para gentes como ese amigo de Montellano que todas las primaveras, y aun los otoños, anda pidiendo excusas laborales para subir a la Alfalfa y almorzar allí. Y es que comer como en casa, fuera de ella, no está pagado.

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