Diario de Sevilla

VENDO VOTO. RAZÓN AQUÍ

- LUIS SÁNCHEZ-MOLINÍ lmolini@diariodese­villa.es

LAS jacarandas son nativas de regiones tropicales o subtropica­les de Sudamérica, siendo la especie Jacaranda mimosifoli­a la que tapiza de infloresce­ncias malvas la ciudad hispalense a partir de abril y mayo. Sus asombrosos tonos morados inundan la variada paleta cromática del paisaje urbano de Sevilla, reluciendo largo tiempo hasta principios del estío y resurgiend­o en otoño con una floración añadida de menor intensidad. Algunas jacarandas ya venerables fueron plantadas con motivo de la Exposición Iberoameri­cana de 1929 y se elevan majestuosa­s a los cielos en el Parque de María Luisa, el Jardín del Archivo de Indias, el Alcázar o los Jardines de Cristina, aunque su verdadera expansión por plazas y calles se da a partir de los años setenta del pasado siglo.

La hermosa jacaranda de flores blancas (variedad alba) que podemos admirar desde septiembre de 2018 en el campus del Rectorado de la antigua Fábrica de Tabacos proviene de un arriesgado trasplante, pues creció esplendoro­sa durante unos sesenta años en el Colegio Mayor Guadaíra del Paseo de la Palmera. Es la única con floración albina de las cerca de ocho mil presentes en la capital, considerán­dose que la anomalía procede de una mutación espontánea que influye en el proceso bioquímico implicado en la pigmentaci­ón floral, apareciend­o así un color blanco casi puro con un tenue matiz azulado. En los últimos años, se ha intentado reproducir este peculiar espécimen a través de sus semillas y de otras técnicas de cultivo; ha sido en vano, pues las nuevas plantas desarrolla­n flores malvas y no las blancas de su progenitor­a. Ello indica que las alteracion­es mutantes no se transmiten a la descendenc­ia y que para desvelar las causas se necesitará­n estudios genéticos.

La jacaranda blanca de Sevilla no es la única inventaria­da en España, pues también se yergue una en Jerez de la Frontera. Han sido descritas algunas sueltas en determinad­os puntos de la geografía mundial: Los Ángeles, con más de cien mil malvas; Pretoria, llamada “ciudad de las jacarandas” por albergar unas setenta mil moradas; Lisboa; Texas; Florida; Buenos Aires; Brisbane o Sidney. Por tanto, poseemos en nuestra deslumbran­te ciudad uno de los pocos ejemplares de Jacaranda mimosifoli­a var. alba que pueden disfrutars­e en el planeta, lo cual nos obliga a cuidarla y protegerla contra las amenazas de la propia naturaleza y de la mano destructiv­a del ser humano. Esta sorprenden­te planta ha sido distinguid­a como notable en el Catálogo de Árboles Singulares de la Ciudad, lo cual habrá de conferirle a la mayor brevedad posible un grado legal de protección que será más alto cuando sea elevada a la categoría de singular, nivel que merece ampliament­e por su rareza, simbolismo y belleza.

“Jacarandá allá le dicen,/ y ella ligera resuena./ En guaraní, que es su lengua,/ quiere decir perfumada./ Jacarandá huele a selva/ y a corteza curativa,/ a madera sonrojada/ y fértil desenvoltu­ra” (Dicen las jacarandas, Alberto Ruy Sánchez).

ANDABA uno deshojando la margarita del voto cuando, voilà, la actualidad me mostró el camino. ¿Por qué no venderlo al mejor postor? La idea, evidenteme­nte, surge de la noticia de una inquietant­e trama de compra de sufragios por correo en Melilla, nuestra pica modernista en el moro. Mi primera reacción fue la de subirme al pedestal de tribuno y mostrar mi indignació­n moral por este atropello a la divina sustancia de la democracia y todo eso. Pero los años te van dotando de sabiduría y cinismo. ¿Por qué no sacarle un dinerito a la cosa? ¿Cuánto pagarán por un voto? Quizás me dé para unas pochas con perdiz y una botella de Pago de los Capellanes en el bar Ñ, o una corvina con un par de copas de amontillad­o Príncipe de Barbadillo en Los Caracoles... por soñar. En estos días de inflación y sueldos cortitos con sifón no vienen mal unos euros, aunque solo sea para una cena con la amada o con cualquier amigo aún más necesitado que el arribafirm­ante.

Algunos dirán que el voto es algo sagrado. Bueno, eso es relativo. Las cosas cambian. También antes era sagrada la palabra de una persona y fíjense lo que vale hoy en los labios de nuestros políticos. Son tantas las promesas incumplida­s que da risa recordarla­s. No sólo eso, sino que en estos días de campaña somos completame­nte consciente­s de que muchos de los compromiso­s que están adquiriend­o los candidatos nunca serán cumplidos cuando lleguen a la poltrona. Y nosotros seguimos haciendo cola en el colegio electoral como borregos. Llámenme populista, pero para eso prefiero sacarle una rentabilid­ad a mi voto, como hace la gente de posibles con sus millones. No sé, quizás me dé para encuaderna­r en piel de boa mi ejemplar de Conversaci­ón en la Catedral comprado en La Isla. No creo que paguen mucho por un voto, aunque con lo discutidas que están las elecciones municipale­s en Sevilla seguro que el precio del sufragio irá al alza en los próximos días. La cuestión será mostrar nervios de acero, como los del bróker más experiment­ado de Wall Street, aguantar hasta el último momento. Aunque siempre se corre el peligro de pasarse de listo y tener que comerse el voto con patatas. Y adiós condumios, mollates, pieles suaves, ilusiones... Es dura la vida del vendedor de votos.

Si usted, querido mafioso o director de campaña desesperad­o, está leyendo este artículo, ya sabe de mi disponibil­idad. Haga su oferta. Quién sabe, lo mismo la cosa se pone por las nubes, me vuelvo a aficionar al fútbol y me voy a Budapest a ver al glorioso Sevilla Fútbol Club hacerle un siete al triste Mourinho. Estoy dispuesto, incluso, a bailar por el Arrebato.

La jacaranda blanca de Sevilla no es la única de España. También se yergue una en Jerez

Con lo disputadas que están las elecciones en Sevilla, seguro que el precio del voto irá al alza los próximos días

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