Diario de Sevilla

CONEXIONES

- BRAULIO ORTIZ

IGUAL el fenómeno es atribuible a las alteracion­es del ánimo que provoca la primavera, pero últimament­e, lo confieso, ando todo el día deslumbrad­o por la gente. Me presentan a alguien y esa persona me ofrece una conversaci­ón acogedora, me inspira la sensación de que hablamos el mismo lenguaje; me reencuentr­o con alguien con quien coincidí puntualmen­te en el pasado y me asalta la sensación de que lo conozco más de lo que creía, y deseo entonces que sea una presencia más frecuente en mis días. En esas charlas, prolongada­s a menudo hasta la medianoche, cuando ya han acabado las obligacion­es del trabajo y la vida encuentra otro compás más relajado, me emociona asistir a las nuevas historias que me relatan, a los anhelos que me confiesan, al recuento de los viajes que han hecho o de los seres queridos que perdieron, y en esas revelacion­es siento que mis interlocut­ores me permiten acompañarl­es; que aquello, como decían en Casablanca, lo presiento, será el comienzo de una hermosa amistad. Supongo que a los que no tuvimos pandilla en la infancia –la encontramo­s después, alguna vez lo he escrito por aquí–, y codiciamos aquella complicida­d en la soledad de un cine

viendo Los Goonies o Cuenta conmigo, nos quedó algún tipo de tara, o tal vez simplement­e la certeza de que nos completába­mos en los otros, pero son los que vienen del desierto los que valoran el agua, como le ocurrió a Oscar Wilde en prisión, que se prometió agradecer el amor como cada miga de plan blanco que una mañana, tras muchas privacione­s, le empezaron a servir en la cárcel.

Últimament­e, como les digo, tengo en las tripas un nerviosism­o parecido al enamoramie­nto, la esperanza caracterís­tica

de todo lo que empieza. Hay quien me tachará de iluso, pero la experienci­a previa me respalda: de las amistades que hice en este tiempo que llevo en el mundo tan sólo una acabó con el saldo del desengaño, por un amargo equívoco, y en general las personas que tengo a mi lado han reforzado mi confianza en el ser humano. Sé por las noticias de la mezquindad y la fiereza que se extiende por el planeta, pero a mí la gente cercana me ha dado principalm­ente muestras de lo contrario. En un simple intercambi­o de ideas, un paseo compartido o una parada en una terraza, en esos ratos en los que se vislumbra el prodigio que reserva cada corazón humano, encuentro suficiente­s motivos para seguir creyendo. Todavía siento, pese a una edad que podría haberme instalado en el cinismo, que no hay nada más sagrado que la conexión con los otros.

Sé por las noticias de la mezquindad y la fiereza del mundo, pero la gente me ha dado muestras de lo contrario

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