FRANCISCO CORREAL
El escritor Manuel Rivas se adentra en su literatura más interior y el sacerdote Josetxo Vera desgrana los secretos y virtudes de la comunicación en el seno de la Iglesia
DOS hombres del norte trajeron la lluvia a Sevilla. Un sacerdote y un escritor separados por las calles Placentines y Francos. Josetxo Vera (Pamplona, 1970), director de comunicación de la Conferencia Episcopal, siempre trae la lluvia cada vez que viene a Sevilla, ciudad que le trae dos buenos recuerdos balompédicos (su equipo, el Osasuna, eliminó a Betis y Sevilla en la Copa del Rey) y uno menos bueno: en la Cartuja perdieron la Copa del Rey. Manuel Rivas (La Coruña, 1957) se encontró en Santa Justa sin taxis, con lluvia, con huelga de autobuses urbanos. “No te preocupes, soy anfibio”, le dijo a Eva Díaz Pérez, coordinadora de las jornadas de Letras Ibéricas organizadas en Cajasol por la Fundación Saramago y la Academia de Buenas Letras.
El escritor gallego habló del tiempo meteorológico, recuerdos de Mariano Medina en los bares de la Costa de la Muerte, y del tiempo perdido, no el de Proust; de los tiempos muertos, no los del baloncesto, sino el concepto de los situacionistas. Invitó con la guía de Italo Calvino a encontrar aquellos lugares de la tierra donde no llega el infierno. Rivas habló de un sacerdote, el Abate Marchena, utrerano, el primero que menciona un proyecto de República Federal Ibérica, al que descubrió en la Guía de Heterodoxos de Marcelino Menéndez Pelayo, libro que consiguió en México.
Hay un tercer hombre del norte que trajo la lluvia. Se llama José Luis Mendilibar (Zaldívar, Vizcaya, 1961) y es el tercer entrenador del Sevilla en lo que va de temporada. La lluvia y la Juve en el mismo día, versión turinesa de la frase de My Fair Lady recordada por José Ángel Sáiz Meneses, arzobispo de Sevilla: “la lluvia en Sevilla es una pura maravilla”.
En la sala Antonio Domínguez Valverde del Palacio Arzobispal, después de la charla del responsable de comunicación (“sólo hay comunicación si el otro queda transformado”), el arzobispo de la diócesis y Francisco Vélez, presidente del Consejo de Hermandades y Cofradías, hablaron de los frutos del viaje a Roma para ósmosis y en Roma se están dando cuenta”.
El Congreso no será un vademécum de cofradías y hermandades, una Magna Hispalensis bis. “No se trata sólo de cofradías y hermandades, también de peregrinaciones, santuarios. Hay que destacar la vocación atlántica. Todo lo que salía de Sevilla a América volvía por Sevilla. Las primeras diócesis americanas eran sufragáneas de Sevilla. Pero tampoco pensemos que va a ser un Concilio Vaticano III”.
Los representantes de la antigua Nova Roma viajaron a la Roma Eterna para conseguir el beneplácito de la Santa Sede. Sevilla-Roma, el puente aéreo de los cardenales y las beatificaciones. Mendilibar tiene aires de Monseñor (así le llaman en alguna emisora), vino como obispo auxiliar y ha conseguido el cardenalato después de sus concilios en Manchester y en Turín.
Manuel Rivas encandiló a su audiencia. Pablo Gutiérrez-Alviz, director de la Academia de Buenas Letras, dio por bueno perderse el partido de Nervión porque a cambio escuchó una charla llena de compromiso y musicalidad. El hijo del albañil y la lechera que veía llover mientras hacía los deberes; el periodista que hacía prácticas en El
y descubrió como precoz reportero de sucesos que “escribir es abrir diligencias”; que combatía la oscuridad y los miedos con los cien sinónimos que el gallego tiene para la luciérnaga (vagalume); que fue fronterizo y transibérico los tres años que vivió en Tuy, la patria chica de Ignacio García Ferreira, el periodista que firmaba sus crónicas deportivas con Igarfe.
El cura de Pamplona y el escritor coruñés regresaron a sus lugares de residencia. El único que sigue en Sevilla es Mendilibar: el más efímero, el más provisional, el hombre tranquilo que se crió entre Éibar y Durango, tiempos en los que la quinta de Manuel Rivas aprendíamos la longitud de los ríos y la altura de las montañas, recitábamos las comarcas, La Lora y la Bureba, El Bierzo y la Maragatería, el Duranguesado y las Encartaciones, y los futbolistas con su número de letras, Martín Esperanza-quince. La lluvia fue un espejismo. Dicen que vuelve para el Rocío. El arzobispo de Sevilla, que vino desde la diócesis de Tarrasa, es rociero por delegación. “Yo vengo de Cataluña y acompañaba a 24 hermandades rocieras que no podían venir al Rocío”. Comunicar (Josetxo Vera) es como escribir (Manuel Rivas): conocer y querer. Placentines y Franco mediante.
Tampoco pensemos que va a ser el Concilio Vaticano III”