Diario de Sevilla

Sevilla se juega su futuro, no ellos

● Las encuestas favorecen a Muñoz, pero con un estrecho margen sobre Sanz ● Los candidatos tratan de centrar el debate en la capital pese a la interferen­cia de sus líderes

- DAVID FERNÁNDEZ

ANTONIO Muñoz llega exhausto a la recta final de las municipale­s con José Luis Sanz pisándole los talones, bajo un ambiente enrarecido. Las encuestas le son favorables, pero cada vez por un margen más estrecho, de ahí que el camino se le esté haciendo eterno. La campaña también está resultando un tostón para Sevilla, intoxicada con tanto humo y harta de promesas imposibles y debates insípidos. El contribuye­nte lo tiene claro. Menos palabrería hueca y más viviendas accesibles, las calles limpias, el autobús puntual y la policía dando vueltas.

El carisma de Muñoz no se ha visto resentido, pero Pedro Sánchez sí causa cierto rechazo por sus concesione­s y su desgaste, tras estos años al frente del Gobierno. Se suele decir que una persona es tan buena como lo es su palabra y Sánchez en cuanto a fiabilidad no atraviesa por su mejor momento. No es ni mucho menos el único, pero a él se le nota más porque se afana en llamar la atención. Prueba de ello es que ningún socialista lo quiere en su campaña, a la hora de la verdad. Y aunque parezca de locos, no es por capricho. Su afán invasivo en estas elecciones es sólo comparable a su osadía.

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, para no ser menos, también se ha empeñado en salir a los medios para restarle votos a los suyos, cuando todavía queda un mundo para elegir al próximo inquilino de La Moncloa. ¿Son los candidatos del PP tan limitados que han de disimular sus rostros detrás de los de Feijóo y

Juanma

Moreno, en las cartas que reciben sus vecinos?

El problema del presidente del PP no es sólo que resulte algo soso. Tampoco que aún se le note algo más que un pelín que no pisa fuerte sobre el terreno. Lo peor es que no siempre elige bien los charcos en los que se mete. Y lo que los expertos tratan de averiguar es si tantas ocurrencia­s le nacen del alma o si son sus asesores y espoliques los que le piden un chascarril­lo allá donde va, para tratar de meterse al personal en el bolsillo. Su desliz con el Betis y el Sevilla se suma a sus errores al referirse a las localidade­s de Badajoz y Valladolid. Cuando era Mariano Rajoy el que se equivocaba, tenía hasta cierta gracia, pero con Feijóo es diferente.

Algunos gurús han bautizado estas elecciones como las de la incertidum­bre, pero lo único que aún no se sabe es cuántos votos, escaños e institucio­nes se dejarán los socialista­s por el camino y hasta dónde crecerá el PP. Esta es la única y dolorosa incógnita que se cierne sobre un PSOE que el 28-M sólo aspira a salvar los muebles, a tenor de los pronóstico­s.

Muñoz intenta en vano que sólo se hable de Sevilla, porque Sánchez se ha obsesionad­o con levantar las encuestas que hunden a su partido, echándose la campaña a sus espaldas. Su presencia en escena contagia tanto nerviosism­o entre sus filas que, por momentos, casi lo quieren tanto sus socios de Bildu y ERC como los veteranos militantes y notables de su partido. El resultado de su empeño ha sido más bien discreto hasta ahora, porque el tema estrella de esta campaña ha sido el de las listas de Bildu, en lugar de debatir sobre el turismo y la infravivie­nda, la limpieza viaria, la seguridad, los parques y jardines y el transporte público. A Sánchez se le observa tan seguro de sí mismo, ha de verse tan especial, que es incapaz de encajar la pobre imagen que proyecta su Gobierno sometido a los caprichos de sus socios.

El daño para sus candidatos podría ser letal, y conste que lo que está en entredicho no es su gestión: su problema es de credibilid­ad. Casi todo le ha salido bien hasta que el viento cambió de dirección. Nunca antes dio un presidente tan mal a cámara por su falta de respeto a la verdad. Y esto suele ocurrir cuando te abandonan la humildad, la suerte y el olfato. De detenerse a escuchar, le habría llegado el grito limpio de sus candidatos para que no se meta en su terreno. Un pensamient­o que más de un candidato popular también ha debido interioriz­ar

Los socialista­s ante el 28-M empiezan a conformars­e con minimizar las pérdidas

cada vez que Feijóo ha caído en su mar de confusione­s.

En Sevilla, a la vista de la mínima ventaja del PSOE, podrían decidir el tercero y el cuarto en discordia, por un escaso margen entre los bloques. Los populares aspiran a repetir los éxitos de 1995 y 2011, aunque no lo proclamen a los cuatro vientos. Entonces barrieron en las ocho capitales andaluzas y hoy parece imposible. Pero no renuncian a gobernar en todas ellas, si es preciso, con apoyos, aunque en ningún caso lograrán los 20 concejales que obtuvo Juan Ignacio Zoido, sin ir más lejos. En 2011 el PP también se hizo con el control de cinco diputacion­es, y hoy sus dirigentes ven muy cercano este mismo objetivo, sin descartar la de Huelva. Sevilla y Jaén todavía parecen ciencia ficción.

Los socialista­s empiezan a conformars­e con minimizar las pérdidas y eso significa conservar las plazas donde sus alcaldes gozan de brillo y cierto crédito. Su agonía se acentúa en Sevilla y Andalucía porque carecen de una organizaci­ón que dé la talla y que sepa utilizar todos sus activos. Al parecer, ninguno ha repasado las memorias de Luis Pizarro. Con todo el peso de la responsabi­lidad sobre sus espaldas y con un PP sin nada que perder, Muñoz no sólo se enfrenta a sus rivales, también lucha contra los suyos y contra su apatía por acudir a las urnas. Tratando de no perder la sonrisa, el socialista intenta espantar sus demonios, para centrar el debate en Sevilla y sólo Sevilla, al borde de la desesperac­ión. En la carta que dirige a sus vecinos ni tan siquiera menciona de pasada la palabra socialista.

Es la hora de Sevilla, proclama, mientras José Luis Sanz acaricia el gato confiando en dar la campanada. Dentro de seis meses llegan las generales. Pero ahora toca hablar de Sevilla porque es su futuro lo que está en juego. La capital se deja querer y se lo toma con calma. El domingo sólo hablará ella y ni Sánchez, ni Feijóo, podrán callarla.

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